Memorándum: El ecosistema fluvial

Autores: D. Fernando Cobo y D. Marcos A. González

Los ríos son elementos vivos, en contínuo cambio, que al igual que otros ecosistemas acuáticos, están estrechamente ligados a los ecosistemas terrestres adyacentes. Esta es una premisa clave para la comprensión de su funcionamiento y evolución y por ello los limnólogos contemplan la cuenca hidrográfica como unidad funcional. Esta influye enormemente sobre la vida del ecosistema fluvial, pues entre otras cosas su superficie determina parcialmente el volumen de aguas colectadas, su cobertura vegetal influye en la distribución entre las aguas de escorrentía y de evaporación y además las aguas aportadas se cargan de materia orgánica y de sales minerales en función de la naturaleza de los medios que atraviesan. Esta circunstancia es del máximo interés, pues en muchas ocasiones las alteraciones más graves de un río tienen su origen en actividades que se desarrollan en sus laderas: deforestación, utilización de fertilizantes, etc.

Junto a su gran capacidad de intercambio con los ecosistemas terrestres, la característica fundamental de los ríos es su organización horizontal, que viene determinada por la existencia de un flujo contínuo de agua que traslada hacia los tramos inferiores lo procedente de los tramos superiores y que posibilita que las comunidades de cada tramo exploten a las que se encuentren en los tramos precedentes. Este flujo está relacionado con la velocidad de la corriente y ésta es una característica que depende de la pendiente del cauce. Esto conlleva un transporte unidireccional de los materiales en suspensión procedentes de la erosión de los terrenos drenados. Estas partículas van sedimentando, en función de su tamaño, al disminuir progresivamente la velocidad de la corriente. De esta forma comprobamos que la distribución del material en el lecho del río no es uniforme y, según esto, podemos considerarlo dividido en segmentos. Pero de la misma forma, y según el diferente comportamiento de los organismos de aguas corrientes en relación con la velocidad del agua y la estructura del fondo, varían también aguas abajo las comunidades de plantas y animales, se establece, entonces, una zonación en la que cada tramo se caracteriza por una comunidad de organismos propia. La fuerza de arrastre de la corriente exige determinadas aptitudes a sus habitantes, y esto ha llevado a adaptaciones de comportamiento o morfológicas muy especializadas (búsqueda de refugios, adopción de formas hidrodinámicas, presencia de ventosas, etc.). Pero no siempre los organismos pueden superar este riesgo y se ven inmersos en la columna de agua que fluye hacia abajo, se produce así el fenómeno natural de la deriva, objeto constante de estudio en muchos trabajos limnológicos. Su especial interés radica en el hecho de que es un mecanismo eficaz de recolonización de los tramos inferiores, cuando éstos han sido despoblados por la contaminación u otras causas. La conservación y defensa de los tramos de cabecera es pues indispensable, ya que constituyen una reserva biótica fundamental en los proyectos de restauración fluvial.

Estos cambios biológicos están influidos además por la temperatura del agua y el oxígeno disuelto. En general, en el curso superior de montaña la velocidad de la corriente es mayor, así como también la oxigenación, y la temperatura es más baja; al contrario, en el curso inferior disminuye la velocidad, se eleva la temperatura y el contenido de oxígeno decrece.

En las aguas corrientes viven una gran variedad de organismos que constituyen sus comunidades animales y vegetales. Dos características merecen ser especialmente destacadas: la primera es que tales comunidades se desarrollan fundamentalmente asociadas al fondo de los ríos (bentos) y la segunda es que existe una gran variedad de organismos, producto de la enorme heterogeneidad del medio, que alberga una importante diversidad de microhábitats. Las comunidades vegetales están integradas por el fitoplancton, el perifiton y las macrofitas, y las comunidades animales están representadas fundamentalmente por el macrobentos y las comunidades de peces, pero existe también numerosas especies de vertebrados, que no siendo estrictamente acuáticas viven muy ligados al ecosistema fluvial y cuyo papel ecológico no es nada desdeñable.

Estas diferentes comunidades de organismos que viven en el río utilizan y transforman incesantemente la energía que reciben (energía radiante solar, materia orgánica autóctona o alóctona), pero la forma en que ésta llega a cada tramo es diferente; ello se traduce en la aparición de diferentes comunidades con rasgos ecológicos particulares, que nos permiten reconocer diferentes sectores. Así por ejemplo, en los tramos de cabecera la fuente primordial de energía es la que aportan los ecosistemas terrestres adyacentes (materia orgánica alóctona: hojas, ramas, etc.). Estos materiales son degradados lentamente en forma de partículas gruesas por los organismos descomponedores (bacterias y hongos), lo que favorece su utilización por parte de pequeños invertebrados, especialmente larvas de insectos, que trituran estas partículas (desmenuzadores), acelerando su descomposición, y generando partículas de materia orgánica fina, que serán arrastradas por la corriente y que, junto con sus heces y la materia resultante de la descomposición, constituirán el alimento de los colectores. A su vez, todos ellos servirán de alimento a los predadores (distintas especies de invertebrados y peces).