A pesar de las aguas otoñales, muchos de los 1.300 embalses peninsulares siguen bajo mínimos, sobre todo en las cuencas mediterráneas y meridionales. Las inmensas orillas peladas dejaron al descubierto la multitud y variedad de cachivaches ligados al ocio y la ocupación del tiempo libre a la que estamos acostumbrados: hierros oxidados de la silla plegable, latas de refrescos o de sardinas, bidón vacío (o casi) del aceite del coche… Y también la tarrina de gusanos, la lata de maíz, el sedal, los anzuelos y plomos… Contaminación al fin y al cabo. Contaminación visual que igual que puede agredir nuestro sentido ético y estético, daña el ecosistema acuático más o menos humanizado. Sin embargo, siendo estos residuos relativamente fáciles de detectar, de recoger y eliminar, el daño no tendría por qué ser irreparable. Ahora, que las campañas de limpieza de los ríos generalmente están condenadas a quedarse en lavados de cara y conciencia que reconfortan el corazón y permiten que algunos se cuelguen medallas.

 

Cantidad y Calidad

Pero hay otros tipos de contaminación más discreta y menos evidente, pero seguramente mucho más dañina, como la contaminación química, o la difusa que proviene sobre todo de la agricultura. Se considera que sólo la industria química ha introducido más de 100.000 sustancias sintéticas diferentes en el medio acuático. Miles de sustancias que son arrojadas en cantidades desorbitadas a nuestros ríos y que serán retenidas en los lodos de los pantanos o finalmente irán a parar al mar, pues sólo una pequeñísima parte serán depuradas y eliminadas. Algunas las vertemos a diario a través de las aguas residuales de nuestros hogares, otras vienen del insostenible “modelo” agropecuario, y otras, a menudo altamente tóxicas y persistentes, proceden de la industria y la minería, son conocidas aunque no declaradas por sus productores. Sustancias que aún con una presencia en el vertido aparentemente poco significativa, no sólo pueden resultar muy dañinas para los ecosistemas sino que reaccionan y se transforman en el medio dando lugar a otros productos químicos cuya toxicidad desconocemos y no controlamos. Hidrocarburos, disolventes orgánicos, organoclorados, metales pesados, residuos radiactivos, PCBs, agua calentada por reactores nucleares o térmicos… aguas fecales de multitud de poblaciones de menos de 15 o 10.000 habitantes vertidas a diario a ríos o mares… restos de plaguicidas y abonos de la agricultura en cursos y acuíferos, de purines de las granjas…. de las piscifactorías… Abonos y biocidas que destruyen el oxígeno y la vida, aguas calientes que eliminan y sustituyen comunidades… compuestos químicos que reaccionan entre sí, se acumulan en los organismos y traspasan las redes tróficas, poniendo en peligro también nuestra propia salud y vida…

Miles de sustancias, de las cuales a lo sumo unas pocas centenas están catalogadas y son detectadas en los más finos análisis fisicoquímicos de seguimiento que realizan las autoridades hidráulicas. Una incontrolada y sin duda inmensa carga contaminante a juzgar por su impacto sobre la vida, que se puede constatar en los análisis toxicológicos y que aflora como punta de iceberg a través de indicadores biológicos y ecológicos al uso. Índices que hoy completan los análisis oficiales de las aguas, testigos del daño impotentes para defenderse, incapaces de señalar culpables; resignados a una agresión permanente pero no identificada. Un reciente informe de Greenpeace sobre la calidad de nuestras aguas continentales señalaba que según nuestras propias confederaciones y agencias de aguas sólo el 11% de las aguas superficiales y el 16% de las subterráneas estarían en condiciones de cumplir los objetivos ambientales estipulados por la Directiva Marco de Aguas de la UE. Y como calidad y cantidad van de la mano, a los vertidos se añade la regulación y la extracción abusiva de agua del río o acuífero, especialmente en las cuencas mediterráneas, donde por otra parte sigue creciendo la demanda de recursos para regadíos, segundas residencias, complejos turísticos y campos de golf… Más de la mitad de las aguas embalsadas en nuestro país tienen problemas crecientes de eutrofización, especialmente en el Tajo, Duero, cuencas catalanas y Galicia-costa; muchas de las aguas subterráneas están contaminadas por nitratos y son prácticamente irrecuperables sin alto coste… Y las autoridades responsables saben perfectamente que los vertidos están degradando nuestras aguas dulces, que la contaminación es de lejos el factor más importante en la pérdida de recursos hídricos, que no hay caudales ecológicos que valgan aguas abajo de muchas presas… Pero una especie de pacto de silencio induce al ciudadano a mirar para otro lado, incluso en la inopia de pensar que la contaminación ha disminuido porque hay muchas depuradoras… A los pescadores desde luego no nos pueden engañar.

Qué poco respeto por ese líquido tan simple como esencial para la vida, incluyendo por supuesto la nuestra. Creemos que entre todos podemos hacer mucho más de lo que pensamos por el agua y los ríos con vida: cuidarlos como si fueran lo más nuestro, porque lo son, y exigir menos demanda, más ahorro y fuera venenos. Aprendimos en el colegio que el agua es un líquido incoloro, inodoro y sinsabor, que viene de lluvia o nieve. Esperamos que nuestros hijos o nietos puedan seguir experimentándolo, nadando, pescando y bebiendo del agua viva. No nos resignemos nunca a que la nombren avergonzados o acaben conociéndola por la marca embotelladora.

Publicado en nº 111 de Federpesca, enero de 2006