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Y si es a la orilla de algún río gallego o cantábrico, podemos contemplar las peleas y cortejos de los salmones salvajes, peces que nacieron en los altos del río, bajaron al océano, recorrieron miles de kilómetros para alimentarse, y retornaron al punto de partida para su cita reproductiva. El salmón es seguramente el mejor exponente de los ríos fríos y bien conservados del Norte templado, ya que en un momento u otro de su vida necesita agua dulce limpia y oxigenada, y ha de recorrer al menos dos veces el tortuoso corredor desde las cabeceras al estuario, y viceversa, para completar su ciclo biológico. Siempre acosado por depredadores -humanos y animales- y arrinconado por la destrucción y alteración de su hogar, ignorante de la ambición, pasiones y desvelos que provoca, el salmón vuelve cada año, casi de milagro, a respirar y ascender el río hasta las mismas gravas que lo vieron nacer.
El ocaso del salmón
Desde los años 60, la presión pesquera en las rutas y zonas marinas de alimentación del salmón se acentúa. Las capturas casi se triplican hasta 1973, para caer después irremisiblemente. Un declive que se había notado antes en muchos ríos salmoneros, primero por la sobrepesca, y más tarde y sobre todo por la sustracción y el deterioro del hábitat fluvial por la contaminación y la hidroeléctrica.
Ya sabemos que cada cuenca tiene sus salmones y que perder una población es perder un tesoro genético acumulado durante miles de años, adaptado a su medio como ninguno. En España, de los al menos 33 ríos salmoneros históricos, la especie desapareció en 10 antes de 1950, o bien vio reducida drásticamente su área de reproducción por presas y contaminación, casos del navarro Bidasoa o del asturiano Nalón. Ocurrió décadas antes en otros países, por ejemplo en el Este norteamericano, donde se empezaba a tomar conciencia del problema y a intentar poner remedios –generalmente baldíos-, mientras en España se interponían nuevos muros entre los peces y sus frezaderos. Desde entonces hasta mitad de los años 70 se perdieron algunas poblaciones (Mera, Anllóns y Grande do Porto), pero también se redujo dramáticamente el área potencial de reproducción y crecimiento en cuencas como el Miño (Galicia), con hasta entonces unos 3.200 km salmoneros; Navia y Narcea (Asturias), Nansa (Cantabria). En pocos años se perdió más del 80% del hábitat potencialmente accesible al salmón en nuestros ríos. A día de hoy, las presas siguen ahí, y aún se alzan nuevos y ya obsoletos proyectos hidroeléctricos que amenazan la vida del salmón sin apenas contemplarla. No sólo los grandes obstáculos son dañinos. Muchos pescadores hemos visto saltar a los salmones alturas considerables, pero la realidad es que un obstáculo de 30 a 60 cm, aún teóricamente franqueable en determinadas condiciones, puede ser un filtro que retiene y acumula peces aguas abajo, lo que además de aumentar el estrés en hacinamiento mermando el estado sanitario de los peces, provoca retrasos en la migración y altera la freza. Por añadidura muchas de las presas construidas no prevén el descenso de los esguines, tan vital para el salmón como el ascenso de los adultos. Y barreras son también las aguas contaminadas, reguladas, encauzadas… con desgraciados ejemplos recientes como la canalización masiva del curso medio del Pas (Cantabria)…
Que sin barreras por medio los salmones siguen su camino, lo sabe un niño, y también algunos “pescadores” contrarios al derribo de las barreras como a la construcción de pasos que, si hay escala y funciona, piden –y consiguen- que el organismo piscícola la cierre en la época hábil… Para que cuatro atrapen peces. Lo importante son las capturas y las barreras siempre favorecen a los depredadores del salmón.
Sobrepesca
Una población animal tiene un tamaño mínimo viable. Si atraviesa ese umbral, sufrirá endogamia y perderá genes únicos. Los pescadores saben que quedan salmones en el río cuando finaliza la pesca, pero ¿qué salmones y cuántos quedan?
Las capturas controladas en nuestros ríos crecieron finalizada la Guerra, alcanzando máximos a fines de los años 60, pero desde mitad de los 70 y en adelante cayeron, suponiendo hoy sobre una tercera parte de lo que fueron. El registro dice poco de la abundancia puntual de salmones, pero detecta tendencias de las poblaciones a medio y largo plazo. Capturas más irregulares y escasas en los años dan más pie a importar huevos de salmones alóctonos para cría y repoblación, y de hecho las primeras grandes mortandades de salmones conocidas en nuestros ríos por Aeromona salmonicida con pocas dudas vienen de esas repoblaciones con juveniles iniciadas a fines de los 60. Además aquellos salmones no volvían, y tuvo que ser en los años 90 cuando se retoman planes de repoblación a partir de adultos salvajes.
Es difícil valorar la incidencia de la pesca deportiva en el declive del salmón, pero desde luego no es casual que a altos picos de capturas sucedan profundos valles. Y hoy en Asturias, única región donde el salmón aunque no abundante sí es común en ciertos ríos, gran parte de los mejores reproductores, de dos o más años de vida marina y mayoritariamente hembras, sigue siendo sacrificada a la pesca antes de que pueda desovar. No es raro que la gestión pesquera trate más de satisfacer a los pescadores que de cuidar a los peces, pero en esto de repoblar, Asturias se lleva la palma. Como hay suficientes reproductores… Todo y aunque los retornos de origen repoblado se estiman en torno al 5% en la mayor parte de los ríos, algo más altos en algunas cuencas muy concretas como Sella (Asturias) o Asón (Cantabria), donde entran sobre todo en otoño -como hicieron la mayoría de sus progenitores-. La “repoblación masiva” es peor si se asocia a una sobrepesca selectiva de los ejemplares que mejor garantizarían el mantenimiento de la población. Todo indica que el salmón retorna mayormente gracias al desove natural en todas las cuencas, y las poblaciones mayores podrían prosperar mejor sin repoblaciones a poco que se las dejara, pero en Asturias la repoblación parece cuestión de fe, ya que carece de sentido a menos que se quiera sustituir la población salvaje por una doméstica. ¿Y luego?
Ahora, no cabe duda que el ocaso del salmón ibérico se ha reflejado en la gestión pesquera. En Cantabria y Navarra se produjeron algunos avances en la restauración del salmón, pero se sigue permitiendo una pesca bastante imprudente vista la fragilidad de las poblaciones. En Galicia se han establecido algunos vedados y cupos de captura, pero más por necesidad que por convicción. En Asturias, se pusieron unos pocos cotos de captura y suelta obligatoria… al final de la temporada.
¿Qué será?
La conciencia ecológica avanza, y en los últimos años, además de hablar del salmón e invertir más en conocerlo y darlo a querer, se han recuperado algunas cuencas mediante tratamiento y control de vertidos y captaciones, derribo total o parcial de pequeños azudes o presas inútiles, construcción o rehabilitación de pasos para peces, etc. El salmón ha llegado incluso a reintroducirse con éxito en algunos cauces vascos. Algunos logros, sí, pero muchos más asuntos pendientes.
No deseamos que los salmones del Narcea, Sella o Cares corran la misma suerte que han seguido los otros, a los cuales por lo demás se les sigue pescando, a más de poco y mal, lo más que se puede. Riberas donde hoy la pesca del salmón es trofeo de cuatro y comentario de mil, cultura resignada a añorar lo que fue y ya no es.
Algunos, quizá más de los que pensamos, tenemos un sueño: magníficos y abundantes salmones salvajes en ríos libres y limpios. Con el cambio climático, nuestros salmones son hoy seguramente tan importantes para la supervivencia mundial de la especie como lo fueron durante la última glaciación. Hay mucho que hacer por el bien del salmón, y numerosas personas y colectivos dispuestos a echar una mano, pero los pescadores tendríamos que aplicarnos el cuento: no tendremos fuerza moral ante ninguna instancia a menos que aceptemos la regulación racional de la pesca y promovamos las otras medidas necesarias para recuperar el salmón.
Con tu ayuda, podemos conseguirlo.
Artículo publicado en el número 23 de invierno de la revista Dánica. Diciembre de 2005.
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