Baja el río revuelto con la normativa de pesca que se prepara en Cataluña. Hasta ahora sólo hay un borrador de Anteproyecto, pero ciertos aspectos ya vienen suscitando la polémica en este mundillo de la pesca. Es natural, dados como somos los pescadores, no ya a opinar sobre los asuntos que entendemos tienen que ver con nuestra afición, sino incluso a sentar cátedra sobre lo que habría que hacer o no en tal o cual caso, por compleja y ajena a nuestra formación que parezca la materia. Es también muy bueno, porque no se puede avanzar sino confrontando ideas y proyectos. Son esos debates de fondo que se producen cuando la sociedad ha de mirar una realidad global y decidir los objetivos y acciones para encararla.

Lógicamente, la legislación estatal de 1942 está superada, y Cataluña necesita un instrumento adecuado y útil en el desempeño de sus actuales competencias en medio ambiente y pesca fluvial. Hay que saber que la protección y conservación del medio ambiente es un mandato consagrado en nuestra Constitución. Luego hay directivas europeas, legislación estatal y autonómica sobre aguas dulces, hábitats, fauna y flora silvestre, etc.; y también, cómo no, convenios internacionales, estrategias para la conservación de la biodiversidad, etc. De ahí que la conservación y recuperación de las poblaciones autóctonas naturales y sus hábitats sea objetivo fundamental en toda legislación medioambiental y, por supuesto, también en las normas de pesca continental.

Alguien puede pensar acertadamente que muchas leyes se incumplen todos los días y no pasa nada. Pero las normas, base de un Estado de Derecho, no suelen ser irracionales ni arbitrarias ya que, si bien imperfectas en tanto cosa humana, su vocación es entender la realidad y remediar los problemas. Además, tras los afanes de conservar ese lince, pez o mariposa hay algo más que un patrimonio natural legalmente reconocido y más o menos amenazado; está el interés por la vida, la presente y la futura, la de la naturaleza y también la nuestra y la de nuestros hijos. Nosotros no defendemos los ríos y sus especies salvajes por legalismo, idealismo o esnobismo, y tampoco por puro altruismo. De hecho, somos pescadores, y tan egoístas como cualquiera: nos gustan las aguas y los peces de verdad, los salvajes, los de toda la vida. Sabemos que si los perdemos no podremos disfrutarlos, no ya nosotros, sino tampoco los que vengan después. Si queremos que vivan, crezcan y se reproduzcan en el río, tenemos que evitar que el ecosistema pierda su calidad y sus recursos, cuidar y reparar el hogar de los peces.

Nuestros abuelos no conocían la trucha arcoiris y hasta hace cincuenta años tampoco teníamos lucios, basses, sandras o siluros… esos que solemos decir peces “deportivos”… pero tampoco cangrejos americanos, pecesgato, percasoles, alburnos… Podemos pensar que el lucio y el bass hoy en día ya están en nuestra cultura de pesca, pero haciendo historia y memoria tampoco parece que la hayan mejorado demasiado, más si consideramos lo que hemos podido perder en el camino. Ahora podremos invertir miles en equipos ultramodernos, patos, barcas y combustible, y pescar todos los fines de semana; pero sabemos que no repetiremos las pescatas de nuestros padres o abuelos. Y será por la degradación ecológica de nuestros ríos -de la que sin duda alguna parte llevan las especies foráneas-, pero también porque los recursos pesqueros hasta ahora se han explotado y gestionado sin pensar en el mañana.

No fue sólo responder a una demanda de pesca a través de “repoblaciones” con estirpes domesticadas de trucha arcoiris y común centroeuropea, sino también de crear demanda nueva con depredadores como el lucio y el bass que, junto a carpa, tenca o gobio, tenían que surtir de pesca los pantanos que se íban inaugurando. Fue la moda del momento y se decía que estas especies ofrecerían por siempre una pesca abundante y económica al españolito de a pie. Así pudo ser durante cierto tiempo, pero tras las naturales explosiones de población sin competidores y con abundante pasto de ciprínidos autóctonos, llegó el declive; mientras, la contaminación creciente, los embalses y demás tributos al “progreso” siguieron a lo suyo, destruyendo o degradando la vida acuática en cuencas fluviales altas, medias y bajas.

Hoy nuestros ríos y peces tienen más y peores problemas que entonces, y una legislación al día debería afrontarlos con racionalidad y determinación. Retomando el inicio de este artículo y como hemos venido diciendo: tan nefasta ha sido la política de pesca fluvial en Cataluña concertada entre la Generalitat y la Federación Catalana de Pesca, que casi no puede llamarse “gestión”. Desde luego no manejó los recursos salmonícolas existentes, sino que aplicó más bien el tan manido y nefasto “modelo” cuba-cisterna, basado en la introducción masiva de peces alóctonos y domesticados, con acotado continuo de todas las aguas y peaje a la Federación… Mientras, en otras aguas se siguió el “modelo” de gestión tan ensayado en muchas administraciones de dejo que pase el tiempo, también conocido por no hago nada y no me equivoco, o bien el de hago lo que estos me digan. Un terreno abonado para la ilegalidad, la irregularidad, la desigualdad, el clientelismo y demás lacras, pero absolutamente impotente e incluso contraproducente no sólo ante la degradación imparable de los ecosistemas y las comunidades acuáticas, sino también de los recursos de pesca que se prometía asegurar.

El fondo de la cuestión es que hoy la pesca se enfrenta a graves problemas, y su gestión se ve condicionada por la falta de recursos para conocer, ordenar y vigilar hábitats y recursos. A muchos no gusta que el anteproyecto declare especies introducidas perjudiciales y dicte su extracción y sacrificio obligatorio. Entendemos que se puede ser razonablemente comprensivo con la pesca de especies exóticas de interés deportivo en tanto implica a un gran número de aficionados, y por otra parte de momento tampoco parece factible erradicarlas. Pero también la afición y los intereses asociados a la pesca de especies foráneas deberían asumir las cosas como son y que, a día de hoy, una administración que fomente abiertamente determinadas especies “invasoras” que amenazan con extenderse en aguas públicas, se arriesga a ser denunciada con fundamento por delito ecológico. Hay que cuidar y fomentar los recursos autóctonos porque son los mejor adaptados a nuestros cursos fluviales; aunque el que quiera pescará lucios, basses y demás especies en los embalses mientras existan y hasta que se plantee solución o mejor alternativa. Finalmente tampoco a nadie se le ha ocurrido prohibir esta pesca, ya que eso por sí mismo no soluciona nada y crearía nuevos problemas.

Hace falta inversión, y al hilo el futuro de nuestras aguas dulces y sus seres vivos a nuestro entender pasa por conocer y asumir al menos parte del coste ambiental de las distintas actividades que los afectan. En este sentido, el anteproyecto de ley catalán apuesta por la “ecotasa” para actividades impactantes. ¿Por qué no algo así también dentro de la actividad de la pesca? Quizá las distintas especies y modalidades de pesca podrían contribuir de acuerdo a su potencial impacto sobre el medio, financiando una gestión más eficiente e informada, capaz también de reducir o controlar en alguna medida tal impacto. En torno a la financiación, también parece muy oportuna la idea de crear un fondo económico para el manejo de la pesca que se ha planteado; hace falta que no se quede en idea.

De momento lo dejamos aquí. Valga decir que AEMS-Ríos con Vida ha transmitido y hecho público su apoyo a la iniciativa de legislar la pesca en Cataluña, y está participando como todas las entidades interesadas, en la mejora y consenso del anteproyecto.

Anunciaros que desde este espacio cedido por Federpesca, que no tenemos por menos que agradecer sinceramente, iremos repasando en sucesivas entregas las realidades, misterios y polémicas en el mundo de la pesca fluvial y la conservación de nuestras aguas dulces, esperando que os resulte interesante y os incite también a la reflexión y al debate. Tu opinión cuenta. Por los peces y los ríos de mañana.

Buena pesca!

Publicado en el nº 104 de Federpesca, junio de 2005