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Autor: D. Alejandro P. García Aragón
Tratar de expresar en pocas palabras lo que representa el ejercicio de la pesca para mi, como pescador a mosca y asociado a la AEMS, me resulta difícil. Mucho se ha escrito sobre las razones que impulsan a miles de personas, de todos los sexos y edades, a acercarse a los ríos de nuestra península en los fines de semana y tiempo libre para sentir la noble lucha que libra un pez al otro extremo del sedal.
Para mi, y creo ser representativo del sentimiento de la mayoría de parroquianos de la Asociación para el Estudio y Mejora de los Salmónidos, la salida al río no es tanto la realización del propio ejercicio de la pesca, sino que siendo éste el motor del hecho, un día de pesca se compone de muchos más elementos que el propio ejercicio de la pesca.
La sensación de contacto con la naturaleza a través del río y de los parajes a los que te desplazas para la pesca de la trucha; las vivencias con los compañeros y amigos; el conocimiento del cauce como un elemento vivo y complejo dotado de dinámica propia; y, por fin, cómo no, el engaño al pez, su lucha, captura y posterior devolución a las aguas procurándole el menor daño, es algo que me libera de tensiones y hace que la visión de este mundo sea un poco más global, integrándome como elemento del gran concierto que es la naturaleza.
Algunos compañeros pescadores me preguntan en qué se diferencia la pesca a mosca de cualquier otro tipo de pesca, y siempre mi respuesta es que dicha diferencia no radica en el método de conseguir la captura (cucharilla, buldó, etc.) pues al fin y al cabo todos realizamos capturas, sino en que al pescar, en la modalidad de mosca, tu aproximación al río se realiza a través de la necesidad de conocerlo. De saber cuándo y en qué hora existirán eclosiones y según la época del año de qué tipo de insectos se tratará, así como una serie de detalles relacionados con la vida del río y que en los otros métodos de pesca no son necesarios para la captura.
Siempre se ha dicho que del conocimiento nace el cariño. En mi caso he de decir que la experiencia de conocer la variedad tan amplia de vida que existe en un cauce, no solo los peces, sino los macroinvertebrados, las plantas, el fondo, las riberas y su vegetación, y el equilibrio que entre todo ello es necesario para que éste sea productivo, me produce una agradable sensación cuando compruebo que el río que visitamos ese día está bien, biológicamente hablando, y por el contrario una amarga desilusión me embarga cuando compruebo la, cada vez más, lamentable situación de nuestros ríos trucheros, ya que la presencia de estos salmónidos en los cauces es casi siempre síntoma de la buena salud del ecosistema.
La pesca a mosca me ha enseñado, también, a respetar los ríos y sus ciclos. Los pescadores no somos más que invitados de casualidad a los periodos de actividad que puedan existir esa jornada. Si las truchas no toman nuestra imitación en este tramo de río es tontería correr río arriba tratando de engañar a alguna; es mejor tratar de aprender qué es lo que no está funcionando y reconocer que no siempre la solución está en nuestras manos. Precisamente son esos momentos en los que aprendes algo nuevo sobre una situación, y la realidad de que dos días consecutivos en un mismo río, difícilmente ocasionarán situaciones iguales de pesca (en términos de pesca a mosca), lo que hace de nuestro arte-deporte una actividad de la que, una vez que la pruebas, difícilmente te «desenganchas».
Por otra parte, el hecho de confeccionar tus propias imitaciones de los insectos y decidir qué coloración, forma y tamaño le darás a un efemeróptero, hace que el «artista» que todos llevamos dentro se realice. Mediante tus imitaciones, eres dueño de lo que ocurra en el cauce y de sus resultados, y difícilmente puede definirse la sensación de orgullo que se siente al conseguir engañar a una trucha autóctona y esquiva.
Posiblemente tras la lectura de estas líneas haya quien piense que esto tiene más de otra cosa que de pesca, pero sí que quiero añadir que el respeto y cariño que se siente por los ríos es algo innato a la pesca a mosca. De no existir cauces «sanos» que puedan albergar poblaciones de trucha autóctona, se perderá una riqueza tan grande como puede ser cualquier otro ecosistema y también una cultura propia de gentes y pueblos en la historia de nuestro país.
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