Memorándum: La trucha como ser vivo

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Autores: D. Fernando Cobo y D. Marcos A. González

En la Península Ibérica conviven únicamente dos especies autóctonas pertenecientes a la familia Salmonidae, el salmón –Salmo salar (Linnaeus, 1758)- y la trucha –Salmo trutta (Linnaeus, 1758)-. Esta última se caracteriza por presentar una notable plasticidad genética que ha originado, a lo largo de los años, una incesante controversia sobre la verdadera identidad taxonómica de sus poblaciones. A este respecto, es importante comenzar precisando que, desde el punto de vista zoológico, la forma migrante anádroma y la forma potamodroma presentes en nuestras aguas, no deben ser consideradas, por la inexistencia de aislamiento reproductor entre ambas, especies distintas ni, en modo alguno, subespecies diferentes, debido a su clara simpatría, lo que está en oposición con el concepto mismo de subespecie. Nos encontramos, por tanto, ante dos formas de una misma subespecie (cuya denominación científica correcta, a pesar de lo enrevesado que pueda parecer, sería Salmo trutta trutta y Salmo trutta trutta morpha fario, lo que, a buen seguro, animará a los profanos en taxonomía a utilizar los clarificadores términos de reo y trucha común, y a abandonar la tan extendida práctica de la utilización incorrecta de la nomenclatura biológica). Son evidentes, sin embargo, diferencias ecológicas, morfológicas y de comportamiento, cuyas causas nos son en gran medida desconocidas o se encuentran bajo el dominio de la especulación.

La trucha común es un pez de agua dulce sedentario, estenotermo y polioxibionte, es decir, que en condiciones normales, habita los torrentes de montaña y que puede colonizar los tramos medios de los ríos de llanura con aguas frías (entre 10ºC y 20ºC) y muy oxigenadas, aunque también es frecuente su presencia en determinados lagos o embalses.

Por su dieta y hábitos alimentarios se encuentra dentro de los carnívoros, tratándose de un depredador no especializado que explota mayoritariamente, y en función de la edad, el macrobentos fluvial, lo que le exige el desarrollo de una serie de ajustes ecológicos y etológicos que le permitan acceder al alimento en circunstancias suficientemente ventajosas para su supervivencia. Entre tales ajustes destacan: su estrategia demográfica, con una elevada fecundidad, gran esfuerzo reproductivo e importante mortalidad juvenil fuertemente ligada a las oscilaciones ambientales, su marcada territorialidad y la ritmicidad diaria y estacional de su comportamiento, en consonancia con los cambios del medio y la actividad de la biocenosis.

Generalmente, aunque es variable dependiendo de la zona de distribución, la reproducción comienza en otoño con la elección de los frezaderos adecuados, el cortejo y la fecundación de los huevos. Sin embargo, todo este proceso puede verse seriamente afectado por fenómenos de introgresión genética o por alteraciones ambientales antropogénicas de nefastas consecuencias. El número de huevos está directamente relacionado con la dotación genética de cada población, con la edad y el tamaño de la hembra, lo que a su vez depende, entre otros factores, de la cantidad y calidad del alimento disponible, y en última instancia, de la «integridad» del hábitat. Es por tanto enormemente arriesgado dar cifras generales de fecundidad, fertilidad, supervivencia, edades de madurez sexual, etc. sin un análisis detallado de cada caso particular. El lector puede encontrar, no obstante, valiosa información al respecto en tratados generales de piscicultura.

Los requerimientos respecto a las características del ambiente son diferentes en cada uno de sus estados de desarrollo (embriones, alevines, juveniles o adultos). Desde el comienzo de la embriogénesis hasta la completa reabsorción del saco vitelino, permanecen en los frezaderos, excavaciones de tamaño y profundidad variables realizadas por las hembras en zonas de rápidos con fondo de gravas, que aseguren una buena circulación y oxigenación del agua intersticial. Durante los primeros meses de vida, los alevines presentan una mortalidad especialmente elevada, por competición intraespecífica dependiente de la densidad y consecuencia de su marcada territorialidad; habitan zonas de corriente moderada, poca profundidad y escasa cobertura vegetal. Aquellos que alcanzan el estado juvenil (inmaduros) y los que posteriormente y en menor número llegan finalmente a adultos (3 ó 4 años) presentan requerimientos similares, aguas más o menos profundas y remansadas, situadas bajo una abundante vegetación y con obstáculos que les proporcionen un buen refugio durante el día, hasta que comience su actividad depredadora (los adultos son ahora preferentemente ictiófagos) a partir del crepúsculo y durante la noche.

Las poblaciones de truchas desempeñan un papel ecológico de primer orden, pues actúan en los niveles superiores de las cadenas tróficas como consumidores. El macrobentos, integrado por un numerosísimo conjunto de invertebrados, entre los cuales se incluyen diferentes grupos de insectos acuáticos, constituye a menudo la fracción animal mayoritaria del ecosistema y la fuente primordial de alimentación de muchos peces. El estudio de ambas comunidades resulta pues absolutamente imprescindible para comprender el funcionamiento de cualquier ecosistema fluvial.