Memorándum: Minicentrales hidroeléctricas

Autor: D. Pere Bonada

Gran parte de los ríos de nuestro país, principalmente los de la cuenca mediterránea, tienen un régimen de caudales torrencial, con grandes fluctuaciones estacionales. Por ello, el funcionamiento del ecosistema fluvial está perfectamente adaptado a esas variaciones de caudal, tanto en las crecidas primaverales como en los duros estiajes de finales de verano. Por esa razón, las especies zoológicas que habitan nuestros ríos muestran una estrategia vital totalmente adaptada a dichas fluctuaciones, modificando sus ciclos biológicos, desarrollando formas de adaptación al medio,…

Desde principios de siglo el hombre ha regulado -para la producción de energía eléctrica- gran parte de los caudales circulantes por los ríos, canalizando éstos mediante la construcción de azudes y presas, eliminando su irregularidad en el tiempo y en el espacio, incluso modificando totalmente la estructura, composición y funcionamiento del ecosistema fluvial. (García de Jalón, 1987).

Esta regulación de caudales afecta profundamente a la fauna y flora acuática. Las especies acuáticas de nuestros ríos se han adaptado a la sequía estival y a las crecidas primaverales, pero no soportan las variaciones de caudal a que las someten las minicentrales hidroeléctricas.

En los ríos con regulación hidroeléctrica se ha comprobado que las poblaciones de trucha común (Salmo trutta) se ven afectadas por los cambios negativos originados en la cadena del ecosistema fluvial. De muy grave puede considerarse el efecto barrera que ocasionan los azudes de las minicentrales, privando a estos salmónidos de la migración aguas arriba, inhibiéndolos para la freza. Este efecto se traduce en una disminución del crecimiento y en fuertes reducciones en el número de puestas y, por consiguiente, de individuos.

El impacto ecológico que produce una minicentral tiene dos vertientes, una aguas arriba por la captación de caudal para mover la turbina y otra aguas abajo por la asincronía y fluctuación de la intensidad en la suelta de caudal.

Aguas arriba, la captación de caudal puede transformar el ecosistema fluvial, convirtiendo una zona de facies lótica en léntica, favoreciendo las especies más prolíficas y disminuyendo la diversidad de organismos bénticos (principal alimento de las truchas). Aguas abajo el problema es más drástico. Por una parte la intensidad en la suelta del caudal provoca estrés hidráulico, disminuyendo la producción secundaria y, por otra parte, un flujo inferior al mínimo necesario ocasiona un efecto similar al que tiene lugar aguas arriba de la central. La asincronía de la suelta del caudal da lugar en los tramos afectados a unas condiciones de inestabilidad abiótica y biótica que imposibilita el establecimiento y proliferación de las poblaciones de peces, especialmente los salmónidos que tienen un mayor metabolismo basal y que son más estenóicas al estrés hidráulico y a las condiciones físico-químicas de la eutrofización.

Pero el mayor impacto que estas regulaciones someten a la fauna acuática se produce cuando los ríos quedan sin agua en su cauce durante días, semanas o meses, por cierre de las compuertas de los azudes o por sequía (disminución del caudal a niveles inferiores del caudal de toma).

Teóricamente esto no debería suceder nunca en España, puesto que las Autoridades del Agua aseguran una circulación permanente por los cauces regulados de un caudal de compensación (comunmente llamado caudal ecológico) del 10% del caudal medio anual (DGOH, 1980). El criterio de fijar el 10%, o cualquier otro porcentaje de las aportaciones naturales como caudal de compensación, no lo respalda ninguna base científica; cada río tiene diferentes necesidades biológicas y, por lo tanto, debería establecerse -después del estudio correspondiente- un caudal mínimo para cada caso.

Por otra parte, las repentinas fluctuaciones de caudal, causadas por la generación de energía hidráulica, influencian las comunidades macrobénticas aguas abajo; sus poblaciones son menos abundantes (reducción de densidad y biomasa) y su estructura menos diversificada. Las fluctuaciones pueden provocar efectos significativos en la composición de las comunidades de peces, ya que la variación de nivel puede contribuir al declive de los peces endémicos (Holden y Stalkaner, 1978). Además, una modificación en el régimen de temperatura del agua puede ser el principal factor ambiental que influencie los cambios en los peces (Edwards, 1978; Pasch et al., 1980).

A todo esto hemos de añadir la sedimentación. Los sedimentos que el río arrastra de forma natural durante las crecidas se depositan en la cubeta del azud; en pocos años la cubeta queda colmatada y, para que las turbinas puedan funcionar a pleno rendimiento, será necesario soltar aguas de fondo con el consiguiente arrastre de sedimentos. Estos sedimentos, arrastrados por la corriente, tienen unas consecuencias nefastas para los organismos acuáticos. La acción más directa es el roce continuado de estas partículas con la piel de los animales acuáticos, produciéndoles daños y erosiones en la epidermis. Esto facilita enormemente la entrada de todo tipo de patógenos y parásitos. Además, estos sedimentos finos dañan los sistemas respiratorios de los peces ya que se depositan en sus branquias.

Pero el mayor daño para el ecosistema acuático se produce cuando los finos se depositan en el lecho del río, recubriendo todo el sustrato natural: gravas, piedras,… El sustrato natural alberga el medio intersticial, constituido por pequeños espacios que quedan libres entre las piedras. El medio intersticial es primordial para la mayoría de especies animales del río, ya que sirve de depósito para sus huevos y, además, como criadero de larvas y alevines. Por consiguiente, los sedimentos, al colmatar el medio intersticial, provocan que éste pierda su capacidad biogénica.

Podemos añadir, finalmente, que las minicentrales ocasionan una grave alteración ecológica a las zonas «vírgenes», principalmente en las de montaña, por desaparición y/o modificación de algunos de sus elementos significativos (bosque de ribera, cambios de usos del suelo,…), la introducción de elementos extraños (instalaciones, edificios, vías de acceso,…).

La situación medioambiental actual crea una evidente desconfianza frente a ciertos aspectos del progreso tecnológico, cuestionándose sus ventajas frente a un tipo de bienestar mucho más ligado a las relaciones del hombre con su entorno.

Por otra parte, la industria hidráulica pide, cada vez más, la utilización de los pocos recursos naturales que aún nos quedan, economizando los sistemas de producción (menos mano de obra), lo que deriva en un desajuste entre evolución técnica y proceso social, ya que los recursos escasean y la población aumenta.

Desde la postura conservacionista de la AEMS el problema surge al plantearse la convergencia con el desarrollo. No existen actualmente mecanismos de producción y consumo que operen a favor del medio natural, mientras que sí los hay, en abundancia, entre los que operan a favor del desarrollo acelerado.

Por ello, es necesario que esa tendencia cambie a favor de actitudes más respetuosas con el entorno ambiental, y que esta preocupación se extienda a todos los estamentos sociales, políticos y productivos.

Estos estamentos deberían tomar conciencia del grave peligro que supone la constante presión a la que se ven sometidos nuestros ríos, principalmente en las zonas de montaña, zonas a preservar y mantener como zonas vivas, ricas en flora y fauna autóctona, irrepetibles y de un valor incuestionable. Todo ello; paisaje, plantas, valiosas especies piscícolas y, finalmente el agua, constituyen un bien armónico -patrimonio común- que debemos salvaguardar a toda costa.