Hoy tenemos diferentes especies de cangrejos de río, pero el nuestro, el que tradicionalmente alimentó a animales y hombres en la España caliza, ha desaparecido en la mayor parte de los tramos fluviales donde abundaba.

Nuestro cangrejo (Austrapotamobius pallipes) vivía en ríos y arroyos de corriente suave, aguas claras y frías, ricas en sales de calcio y potasio, del centro y norte de la península, y en algunos reductos en el sur y sureste. Según los expertos, su regresión viene primero por la pérdida de su hábitat, y luego por la plaga del cangrejo. El declive había comenzado ya en los años 50, cuando crece la importancia económica y cultural de la especie. Los trabajos científicos de entonces anticipaban que entre la sobreexplotación pesquera y la industrialización -presas y embalses, canalización de los ríos y creciente uso de insecticidas, fertilizantes, detergentes y otros contaminantes-, sus poblaciones podrían verse seriamente perjudicadas. Con la peste se precipitó la extinción. Hoy el cangrejo ibérico sobrevive como puede en algunas cabeceras fluviales de Aragón, el País Vasco, Castilla-León, Castilla-La Mancha, La Rioja y Córdoba, incluso a altitudes que nunca lo habían visto antes. Seguramente es Aragón donde aún hay más poblaciones cangrejeras, mientras que Burgos es posiblemente la provincia que conserva las mayores poblaciones.

La plaga mortal

A “lomos” de los cangrejos norteamericanos importados, llegaron sus enfermedades. El hongo Aphanomices astaci vino a Europa mediado el siglo XIX, y pasó a los cangrejos europeos, muy sensibles a sus efectos. La plaga se extendió rápidamente con ayuda de “repoblaciones” y equipos de pesca infectados con esporas, aniquilando la mayoría de las poblaciones autóctonas. Como los peces también actúan como vectores pasivos del hongo, la proliferación de piscifactorías de truchas arco iris sin duda ha contribuido a extenderlo. La continua reducción de la densidad y distribución de los cangrejos de río europeos frente a una constante y fuerte demanda en el mercado, provocó que en muchos países europeos se introdujeran especies americanas con requerimientos ecológicos parecidos o simplemente resistentes a la plaga.

Dando la razón al conocido lema España es diferente, la afanomicosis tardó más en afincarse aquí, coincidiendo con primeros intentos de introducción de cangrejos exóticos a fines de los 50. Las primeras mortandades se achacaron más a factores de estrés causados por la contaminación de las aguas y la destrucción o transformación de los ecosistemas fluviales, que comenzaban a hacerse más patentes en un incipiente desarrollo económico.

Los otros

De las seis especies de cangrejos que se han intentado introducir en nuestro país sólo ha prosperado y extendido el cangrejo “rojo” (Procambarus clarkii), y el “señal” (Pacifastacus leniusculus). El primero –que encontramos vivo en muchos mercados- se introdujo en 1973 bajo auspicio del ICONA para establecer poblaciones reproductoras comercialmente explotables, primero en Badajoz y enseguida en las marismas del Guadalquivir. A partir de ahí y dada la rentabilidad inicial se fue expandiendo solo y con ayuda de pescadores y propietarios arroceros. En 1987 se llegaron a producir unas 5.000 toneladas, pero los precios bajaron a medida que la especie se extendía, mientras que los daños iban aumentando. El cangrejo más difundido por el mundo, vector de la afanomicosis, gran competidor por el hábitat y otros recursos del autóctono y muy perjudicial para los cultivos y otros intereses humanos, es un “ingeniero” del paisaje y el ecosistema, que socava los taludes con sus madrigueras, y a altas densidades puede acabar con las plantas acuáticas, causando eutrofización y enturbiamiento permanente del agua y dando lugar a cambios ecológicos radicales.

En 1974 se introdujo el cangrejo señal para “repoblar” donde las poblaciones autóctonas desaparecieron o habían retrocedido. Se creía que podía detener el avance del rojo, y que sería el “sustituto ecológico” del autóctono. Pero el señal también es portador de la plaga, y aunque puede coexistir con el autóctono y sus nichos ecológicos se superponen, difiere en dinámica poblacional, resistencia a enfermedades, preferencias alimenticias e impacto sobre las plantas acuáticas. No extrañan tales equívocos, ya que estas introducciones se realizaron sin ningún tipo de estudios ecológicos previos.

¿Y ahora, qué?

El cangrejo autóctono se encuentra gravemente amenazado en nuestro país y precisa medidas de urgencia que detengan su declive. La historia tiende a repetirse, sobre todo si no asimilamos sus enseñanzas. La dispersión del rojo y el señal es un grave problema para la conservación de los ríos y uno de los principales obstáculos para recuperar nuestro cangrejo. La pesca y la falta de medidas de control contribuyen a la rápida expansión del señal en nuestras aguas. Algunas administraciones siguen realizando programas de introducción, repoblación o reforzamiento con señal, contradiciendo la información científica y vulnerando normas y convenios nacionales, europeos e internacionales, que prohíben introducir y/o traslocar especies exóticas en el medio natural.

Hay que decir alto y claro que se puede y se debe recuperar nuestro cangrejo, pero para ello hay que apoyarse en el conocimiento científico. De hecho, los pocos planes de recuperación emprendidos en España, como el de Castilla La Mancha con la astacifactoría de Rillo de Gallo (Guadalajara), están consiguiendo resultados positivos. Las Comunidades han de planear y asignar recursos, pero también se precisa una estrategia coherente y común coordinada desde la administración central, sobre todo para gestionar los cangrejos invasores. Los objetivos, prioridades y contenidos básicos de estos planes estarían bastante claros. Para empezar, se debería prohibir el comercio en vivo del cangrejo rojo, y evitar el del señal y de otras especies exóticas. También hay que hacer centros de recuperación, bancos de genes y planes de reintroducción, sin descuidar la educación ambiental que sensibilice e implique a la ciudadanía, especialmente a los pescadores y la población local. Y lo más importante, cuidar y restaurar los ríos con vida.

Publicado en el nº 109 de Federpesca, noviembre de 2005