TERCERA PARTE
Alteraciones en bosques, océanos, metano y ecosistemas acuáticos
por Alfonso Soria, 2021
y la colaboración de
César Rodríguez
En los dos artículos anteriores hemos hecho una breve revisión de cambios climáticos en el pasado, hemos visto el papel que el aumento de CO2 atmosférico, de origen humano, tiene en el calentamiento global actual y hemos analizado los efectos que ya se están viendo en el deshielo del océano Ártico y en el Jetstream. En esta entrega vamos a seguir viendo otros cambios que se están produciendo en otros ámbitos globales, como bosques, océanos y ecosistemas acuáticos, principalmente.
Anteriormente hemos visto como en el ciclo natural del carbono hay fuentes de carbono y sumideros. Los principales sumideros de CO2 son los océanos y los bosques del planeta. Ya hemos mencionado que, hasta la fecha, estos sumideros han sido capaz de absorber y neutralizar aproximadamente la mitad de las emisiones humanas de CO2, amortiguando el calentamiento global asociado a las mismas. Sin embargo, estamos empezando a observar que, con el calentamiento del planeta, estos sumideros están perdiendo esa capacidad de absorber CO2.
De hecho, el año 2020 es un buen ejemplo de ello. Ha sido un año de confinamiento generalizado mundial, con un descenso importante de la actividad industrial, en el que las emisiones de CO2 han sido un 7% inferior a las del año 2019. Sin embargo, la concentración de CO2 en la atmosfera ha aumentado en 2.5ppm, lo mismo que en los dos años anteriores. Esto puede explicarse por una menor eficiencia para absorber CO2 en bosques y océanos. Veamos qué está pasando con ellos:
Las principales masas forestales del planeta se encuentran distribuidas entre los bosques boreales (Alaska, Canadá y Siberia) y los bosques tropicales (Amazonia, África central y Sudeste asiático). Ambas masas se están reduciendo de una manera acelerada.
-En el bosque boreal de Norteamérica un pequeño escarabajo, el escarabajo del pino (Dendroctonus ponderosae) está diezmando las poblaciones de pino a lo largo de miles de km2. Este escarabajo siempre ha formado parte del bosque, pero los fríos inviernos diezmaban sus poblaciones manteniéndolos a raya. Desde los años 90 se ha observado que los inviernos ya no son tan fríos, sobreviviendo muchos más individuos a la primavera siguiente. A esto se suma que la primavera y verano son más largos que antes, permitiendo al escarabajo tener varios ciclos reproductivos cada año. Todo esto ha resultado en una explosión demográfica sin precedentes en la población de escarabajos, convirtiéndolos en una plaga de proporciones bíblicas. Se estima que ha destruido millones de Ha de bosque de pino desde Méjico a Alaska y la plaga avanza sin control. A esto hay que añadir los incendios cada vez más frecuentes que se producen en estas zonas boreales, debido a veranos más largos y secos por el aumento de temperaturas. La cantidad de árboles muertos por el escarabajo del pino hace que estos incendios sean de una intensidad aún mayor. Al haber menos árboles, la capacidad de absorber CO2 atmosférico disminuye. Al quemarse los bosques, el CO2 que almacenan sus árboles se libera a la atmósfera.
-En los bosques tropicales, la deforestación acelerada para dar paso a la agricultura o ganadería está haciendo desaparecer estas masas forestales a un ritmo creciente. En el Amazonas se ha perdido un 17% del bosque en los últimos 50 años, y países como la República Democrática de Congo e Indonesia la destrucción de bosque sigue a un ritmo imparable.
Cuando un bosque se tala no sólo deja de absorber CO2, sino que, al descomponerse su madera, se libera el CO2 que contiene a la atmósfera. Como vemos, los bosques están pasando de ser sumideros a emisores de CO2.
Los océanos son el otro principal sumidero de CO2 en el planeta. Absorben CO2 de dos maneras diferentes. Una, por medio de la fotosíntesis del fitoplancton y, la otra, por disolución de CO2 atmosférico en sus aguas. Una vez en el agua, la molécula de CO2 reacciona con el agua formando ácido carbónico, proceso que acidifica el océano. Desde el comienzo de la revolución industrial, el pH de los océanos ha bajado de 8.21 a 8.10. Un cambio de pH de 0.1 equivale a un incremento de 30% en acidez, ya que se trata de una escala logarítmica. Este incremento en acidez interfiere con la capacidad de criaturas marinas como plancton y corales para extraer calcio del agua, que posteriormente usan para construir sus conchas y esqueletos calcáreos.
La capacidad de los océanos para absorber CO2 se está saturando, esto a su vez está produciendo una acidificación de los mismos, lo que está interfiriendo con la cadena alimentaria oceánica y por tanto, con su productividad biológica.
Bosques y océanos han neutralizado la mitad de nuestras emisiones hasta ahora. La pérdida de eficacia en absorber CO2 por parte de ambos, supondrá un importante incremento en la concentración de CO2 atmosférico y un aumento de temperaturas globales más rápido.
El metano es un gas invernadero muy potente y su efecto es inmediato. Es 86 veces más potente que el CO2 en un plazo de 20 años y 23 veces en un plazo de 100 años. Su concentración en la atmósfera es tan baja que se mide en partes por billón o ppb y ha pasado de 694 ppb en el año 1750 a 1884 ppb en el año 2020 (datos de la “National Oceanic and Atmospheric Administration, NOAA”). Este incremento en metano se debe principalmente a emisiones antropogénicas: 60% de la ganadería y gestión de residuos y 40% de fuentes relacionadas con la producción de combustibles fósiles. Aunque el metano que más preocupa a los científicos es el que está almacenado en la zona ártica.
El principal reservorio de metano de planeta se encuentra en el permafrost ártico (zonas que se encuentran permanentemente congeladas, tanto en tierra firme, como en el fondo oceánico). Actualmente hay 5 billones de toneladas de metano en la atmósfera. En el fondo del océano ártico se estima que hay almacenado al menos 100 veces más metano que el presente en la atmósfera. Las bajas temperaturas y la presión del agua hacen que las moléculas de metano se mantengan ahí estables y apenas se liberen.
De este fondo oceánico Ártico, merece mención especial la Plataforma Continental del Este de Siberia o East Siberian Arctic Shelf (ESAS). Esta plataforma se encuentra justo al norte de Siberia, tiene una extensión de unos 2 millones de km2 (unas cuatro veces la superficie de España) y una profundidad media de 50 metros. Constituye el principal almacén de metano ártico. Al ser tan poco profunda, y estar situada en la periferia del océano ártico, es más vulnerable a perder su cobertura de hielo en verano y por tanto a variaciones de temperatura. De hecho, se han registrado temperaturas de 17ºC en verano en sus aguas, lo que está llevando a la liberación de metano.
Los estudios científicos (Shakhova & Semiletov, Universidad de Fairbanks, Alaska) han constatado que en un 10% de la superficie marina de ESAS (los denominados puntos calientes), se está produciendo una liberación de metano un millón de veces más intensa que en el restante 90% (3.000 gramos/m2 frente a 3 miligramos/m2 diariamente). Se concluye que estos fondos oceánicos han empezado a calentarse por el aumento de temperatura del agua; esto los desestabiliza, permitiendo la liberación de grandes cantidades de metano.
De la misma manera, se han observado emisiones de metano en el permafrost terrestre conforme se va descongelando.
Una vez que este proceso de escape de metano comienza, es muy difícil detenerlo. Se estima que tendría el potencial de subir la temperatura del planeta hasta 0.6ºC en unos pocos meses, además supondría un proceso de retroalimentación positiva que aceleraría el calentamiento del planeta.
La crisis climática viene acompañada por una crisis de ecosistemas y pérdida de biodiversidad a nivel planetario. En los últimos 200 años, el ser humano ha ocupado cada vez más espacio para su desarrollo industrial, agrícola y urbano. Esto ha sido en detrimento de los espacios naturales, que cada vez se hacen más escasos. Esta pérdida imparable de entornos naturales está llevando a muchos ecosistemas al borde del colapso y conlleva una importante desaparición de biomasa e incluso de especies enteras.
La comunidad científica reconoce que nos encontramos ya en medio de la sexta extinción masiva. Como vimos anteriormente, a lo largo de la historia del planeta ha habido ya cinco. La actual tasa de extinción es de 100 a 1000 veces superior al promedio natural en la evolución.
Es importante entender que la buena salud de los diferentes ecosistemas presentes en el planeta Tierra ha jugado un importante papel en la regulación de la homeostasis planetaria, manteniendo estables los parámetros que han permitido el florecimiento de tanta vida en el planeta. Efectivamente, la riqueza de vida que hemos llegado a conocer es el resultado de múltiples interacciones entre todas y cada una de las partes que lo conforman. En la naturaleza todo está conectado y todo es interdependiente. Es un entramado perfecto de vida que alcanza un equilibrio perfecto. Sin embargo, ese equilibrio se ha visto totalmente alterado por la intervención del hombre y empezamos ahora a ser conscientes de las consecuencias y alcance que todo ello tiene.
Paso a enumerar una serie de datos, a modo de ejemplos, que testifican esta pérdida de biodiversidad:
-Las poblaciones de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles se han reducido un 68% desde 1970 (“Índice Planeta Vivo 2020”, WWF).
-Disminución de biomasa de insectos de hasta un 75% en zonas protegidas de Alemania en un estudio de 30 años (Hallman et al, 2017). Similares resultados se han observado en Puerto Rico. Todos hemos podido observar la disminución de eclosiones.
-Tala desmesurada de bosque nativo, sustitución por monocultivos como palmeras para producción de aceite. Reducción de 9.7% de la cubierta arbórea mundial desde el año 2.000.
-Degradación de suelo fértil, acrecentado por el uso de pesticidas y fertilizantes agroquímicos.
-Pérdida de biodiversidad en océanos por sobrepesca, desaparición de 67% de grandes peces depredadores desde el siglo pasado (Christensen et al., 2014).
Habría muchos más ejemplos a añadir. Este deterioro de ecosistemas se ve acrecentado por la subida de temperaturas y fenómenos meteorológicos extremos asociados al cambio climático, lo que añade un estrés aún mayor a estos entornos naturales. Esto lo estamos viendo año tras año en:
-Terribles incendios en Australia relacionados con grandes sequias.
-Incendios imparables y descontrolados en zonas salvajes del bosque boreal en Canadá y Alaska, debidos también a sequias prolongadas.
-Incendios en la tundra ártica, fenómeno casi sin precedentes.
-Mortandad de millones de pinos en Norteamérica por infestación de escarabajo del pino.
-Acidificación de los océanos, debido a aumento de CO2 en sus aguas. Desaparición de corales y alteración en la cadena trófica marina. Pérdida de oxígeno marino.
-Repentina mortandad de saigas (antílope estepario asiático) en 2015, hasta un 60% de la población mundial. Debido a infección por Pasteurella multocida y vinculado al cambio climático.
-Desplazamiento hacia el norte de hábitats de diferentes especies por calentamiento de hábitats originales, como ocurre con las cinco especies del salmón del Pacífico.
-Alteración en los caudales de ríos y estiajes más acusados, muy notable en la mayoría de ríos españoles.
De nuevo, este breve listado sirve a modo de ejemplo, no se pretende hacer una enumeración exhaustiva. Lo que es importante destacar es la interrelación que hay entre el clima y el entorno natural que nos rodea, del que somos una parte integrante, y dependiente del mismo. Parece que el ser humano se ha desvinculado tanto del mundo natural, que ha perdido de vista su dependencia total de los servicios ecosistémicos que este nos proporciona para el mantenimiento de la vida en el planeta.
Hasta ahora se han mencionado los impactos más importantes del cambio climático. No podemos dejar de enumerar otras consecuencias que ya hemos empezado a experimentar y que también están relacionadas con un clima cambiante y/o pérdida de ecosistemas, como son:
–Expansión en las áreas de distribución de enfermedades infecciosas: virus zika.
–Aparición de nuevas enfermedades y pandemias.
–Migraciones y refugiados climáticos.
–Mayor intensidad y frecuencia de huracanes. Desvió de rutas tradicionales, como la aparición en la costa oeste europea de huracanes que tradicionalmente se desplazaban hacia el Caribe.
–Aumento del nivel de las aguas de los océanos. En la mayor parte del siglo XX las aguas subían una media de 1.4 mm al año. Desde el año 1993 hasta 2020 se ha observado un incremento de 3.3 mm anuales. La subida observada de 2018 a 2019 es de 6.1 mm. El ritmo de subida se está acelerando.