por Luis Antúnez desde la Patagonía

 

Dedicado a las y los compañer@s de AEMS.

Las continuas lluvias de la primavera me tienen condenado a la reclusión forzosa sin poder salir a pescar por los fiordos y ríos del portentoso Palena, el de los Mil Colores, ese que tanto me llama desde el primer día que nos conocimos. Con la llegada del verano austral las nubes se retiraron ¡de mala gana! y podremos corretear por los bosques y esteros del lugar.

El cálido sol del día invita a inaugurar la nueva temporada del 2021, quizá la última de mi vida.

Viviendo en una isla como Marín Balmaceda ¡tan bella! el  problema se centra en elegir entre tantos ríos como hay en la tierra firme, todos afluentes al Palena. Más aun cuando muchos de ellos no me son conocidos. Por eso lo normal es salir y seleccionar desde la misma carretera el que mejor se presente para vadearlo, ya que las continuas lluvias hacen que pocos estén en condiciones aceptables. 

Según voy avanzando por la carretera de ripio, ya fuera de la también llamada isla de Los Leones, van apareciendo ríos y más ríos: El Salto, la Catarata, el Melimoyu, el Correntoso… Nada, que ninguno me convence. Todos muy altos de agua y con unos márgenes impenetrables por el arbolado existente,

Transcurre la mañana y seguimos haciendo kilómetros sin detenernos.

Linka demanda salir y yo más aun. Estamos ya próximos a la carretera Austral y nada encontré a mi gusto. ¿Por qué  pescar cuando las condiciones  no son las apropiadas?  Temo estar condenado a seguir sin usar la caña so pena de enfrentar malos momentos dentro de esas aguas violentas.

Frente a nosotros un incipiente sendero se presenta entre el denso bosque. Pienso que puede conducir a la parte alta del rio Dinamarca, así que sin llevar la caña ni puesto el vadeador nos arrancamos por él para investigar su destino.

¡Qué maravillosa idea…! Esto se muestra impenetrable de no llevar un bolo machete para ir cortando ramas y más ramas. Pero lo que nos pasa normalmente a los pescadores: todas las veces que estoy a puto del abandono el senderito se presenta más despejado  y me engaña para que continúe. Así logro subir poco más de un kilómetro

En un punto la voz del agua me llama por la derecha: el río que deseo conocer lo tengo a unos pasos.

Me asomo esperanzado: el tramo que aparece frente a mi asombro me hace lamentar no haber traído el vadeador y la caña. De escaso fondo, con numerosas piedras emergiendo del agua, tabla lenta y prometedora que invita a  pescarla.

¿Volver al auto para ponerme el vadeador y coger la caña? ¡Qué pereza! Decididamente esa apatía demuestra que sí tengo ochenta y ocho años efectivos como señala el DNI. En otras épocas no lo habría dudado ni un segundo, pero…  Mas ¿por qué no mirar lo que allí puede haber antes de decidir marcharme? Otro día volveré si creo que merece la pena pescarlo.

Saltando como un sapo sobre las piedras de la corriente para no mojarme empiezo a escudriñar una larga tabla. ¡Nada! Ni un pececillo se deja ver:

-¿Ves? Aquí no hay truchas o son muy escasas  y te has ahorrado un paseo infernal embutido en el vadeador.- me digo.

Me doy media vuelta para salir y… ¡zas!: resbalo y me llega el agua a casi las rodillas.

-Ahora sí que vas a volver al auto- comento para mis adentros

Hace frio y mis ánimos decaen por segundos: ¡con lo bien que estaría en casita pegado a la estufa…! Sí: muchos años para estas andanzas. ¡Qué tristeza!

Y ya que estoy mojado ¿por qué no investigar unos metros río arriba? Total el frio lo siento menos dentro del agua.

¡Vuelta a la inmersión!

Sólo una decena de metros arriba el cauce se profundiza. El agua sube de las rodillas pero sigo testarudo.

Y no se ve ni una trucha pequeña.  Me resigno y escudriño la orilla opuesta que presenta numerosas cuevas a lo largo de todo el tramo. ¡Nada! Decepcionado decido irme al coche para cambiarme. Muerto de frio regreso para salir por donde entré.

Al llegar a la orilla una sombra parece salir de mis pies: ¿será una trucha? Me animo un poco y sigo la trayectoria recorrida por la sombra. Pero no encuentro algo que parezca un pez. Así que me marcho para tratar de evitar la pulmonía…

¡Pues no me voy! porque otra sombra arranca de mi lado. La he visto perfectamente y no es pequeña. ¿Dónde está el frío?  Y menos frío siento cuando otra hermosa trucha se me queda mirando como si yo fuese una mosca. Al final se va a la misma orilla opuesta, se mete en una pequeña cueva pero deja fuera ¡la cola! quizá para decirme que no fue una alucinación mía causada por el frío.

Lamento no tener la caña y sin pensarlo dos veces salgo al sendero por el cual entré derechito al auto. Allí me quito zapatos,  pantalón y calcetines  y sin otra prenda encima me pongo el vadeador. Cojo la caña nervioso y como un cohete regreso por el impenetrable sendero. Linka me sigue encantada porque también ha visto la trucha…

Antes de entrar al tramo conocido armo la caña, la línea, ato una atractora en anzuelo del 16 algo roñoso y me zambullo en el agua. Subo más arriba del punto conocido y sí, se ven truchas de vez en cuando ¡y alguna buena! No  siento el frío del agua que penetra por algún pinchazo del vadeador: alegría ¡no estoy tan viejo como dice el documento de identidad!

Primer lance sobre una corriente entre piedras. Navega la mosca flotando muy alta, mas no hay respuesta. Más lances  y alguna subida de truchas pequeñas acaban por animarme. Linka me mira con atención… desde la orilla.

Le sigue a ese tramo “correntoso” una tabla lenta con ranúnculos en flor. Me vienen a la memoria el río Ucero de mi juventud y sus efémeras de mayo…

Los canalitos que se forman entre las plantas me enloquecen y la mosca  no deja de sondear todos.

En uno de tales lances la imitación cae encima de unos ranúnculos. No quiero dar un golpe para liberarla y dejo que la tenue corriente la arrastre lentamente. Su recorrido sobre las plantas es igual al que haría una natural para alcanzar el agua. Ya sabéis que esos tenues movimientos de las hojas alertan a la posible trucha que esté debajo. Aun sobre la planta mi mosca desaparece entre la verde cabellera de una dormida sirena: ¿la habrá tomado un pez? Tenso la línea y salta por el aire un mágico relámpago:

-¡Buenos días hermana! – la digo feliz.

Lucha difícil porque las algas enredan la línea. Al poco la tensión cesa. Me aproximo para salvar al menos la mosca; meto el brazo en el agua y sigo con los dedos la trayectoria de la cola de rata hasta desenredar todo y sacar el aparejo. Primer pez de la temporada perdido pero no importa: hay más ¡y estoy aquí!

No pasan más de cinco minutos cuando una nueva tomada de beso hace desaparecer mi roñosa atractora: misma lucha que la anterior. Resulta imposible lograr ver un pez entre tantas plantas. Esto está más cerrado que el sendero por el cual entramos, mas logro desenganchar trucha y mosca: sólo treinta centímetros de pez, pero muy bonito, de relucientes rayas coloreadas y cabeza chiquita. La desanzuelo y acaricio los flancos antes de liberarla. Se mete entre los ranúnculos más cercanos. ¡Mereció la pena el frío pasado!

Al final de la tabla llega un arroyito cantarín por la izquierda, el cual crea un delicioso rincón de piedras y arena. Al mirar con atención ¡santo cielos! Un batallón de truchas respetables nadan plácidamente frente a la salida del estero. No lo puedo creer pero diría que están tratando de remontar ese riachuelo para desovar aguas arriba. No es época pero esa es la imagen que me dan todas juntas y pegadas al fondo somero que tienen. Lo más asombroso es que no me han visto…¡o que me ignoran! Estoy a unos tres metros de ellas. Retroceder es casi peor que probar desde donde estoy, así que con un solo falso lance poso mi mosca sobre la que me parece mayor.

Cae el engaño leve como un aquenio, permanece inmóvil  unos segundos y una de las truchas cercanas sube como una centella, toma mi mosca perseguida. Por las demás, se  forma un barullo de peces que parecen pelearse con la lista para robarle el bocado.

Clavo con suavidad  y veo que mi mosca está libre entre el remolino truchero mientras ellas siguen sus peleas unas contra otras. La dejo a su suerte y otra trucha se la come sin dudarlo. Al clavar se arma un revuelo de truchas saltando y huyendo. La lucha es brava, pero breve, porque al final se suelta. ¡Precioso y raro episodio!

Despejado el campo seco mi mosca y voy a subir un poco más cuando otra trucha regresa al mismo lugar del anterior revoltijo. Y tenía que haberme visto. No logro entenderlo.

Para más  risa luego aparece otra  y otra y… ¿Tendrá imán el lugar?

Y ya que están ahí vuelvo a lanzar. Pero ahora no hay pelea: la más cercana a la imitación la toma con decisión. Nueva lucha que asusta a todas.  La mido a palmos: dos y un poco.  Sin necesidad de levantarla del agua la desanzuelo rápidamente y antes de acariciarla para serenarla se marcha indignada.

Intrigado por el comportamiento de estas truchas me quedo un rato mirando qué pueden comer allí que tanto las atrae. Por el arroyito no baja nada visible, pero aun así espero un rato más allí clavado. A punto de irme encuentro la respuesta: es un renacuajo que se mete veloz debajo de la losa de piedra sobre la cual me encuentro. Es natural que ante tan suculentos bocados las truchas se  reúnan en ese punto. Y tan natural es eso que antes de marcharme aparece otra más dispuesta a no perder ese regalo de la naturaleza. Pero claro, yo estoy como una estatua en un pedestal y acaba  asustándose.

Decido dejar la pesca por hoy y vuelvo al auto. Allí un dulce sol me calienta del fresquito pasado. Tomamos un bocado mientras contemplo el río reluciente perderse en una curva tras un profundo pozo. ¡Qué belleza de tramo, de río, de bosque…!

Y ya que es temprano para regresar a casa ¿por qué no pescar ese pozo? Sí, no abandono la pesca.

Grandes cantos rodados hacen peligroso el cruce a la orilla opuesta pero con la ayuda del bastón de quila evito caer. Sigo muy despacio entre arrayanes y lumas, con un aire perfumado por los chilcos hasta alcanzar una larguísima tabla profunda y de fondo tan nítido que parece no tener agua. Me asomo con precaución: no se ve nada. Pero lanzo: la mosca navega serena y me hace soñar con esa esperanza que todos vosotros conocéis bien.  

Le siguen más lances y más sueños pero ninguno se hace realidad. A punto de abandonar, una loca tomada sacude mi cuerpo: saltos y saltos con escasa lucha dentro del agua. ¡Qué loca trucha esta…! Y tan saltarina resulta que me pregunto si aquello es realmente un pez o un pájaro. No recuerdo una cosa igual y lo más increíble: no cede en absoluto sus fuerzas.

Me siento Feliz pero desconcertado ante tal comportamiento. Y no parece grande pero muy reluciente.

Cuando consigo tenerlo en la orilla resulta complicado desanzuelarlo porque no paran sus coletazos: unos treinta centímetros nada más pero muy hermoso. A duras penas logro sacar el anzuelo y por mucho que trato de serenarlo acariciando sus flancos, todo resultó inútil: ¡qué rebelde chico…!

Al fin logro sacar el anzuelo y la sorpresa que tengo aclara esa inusual manera de luchar: el corte de la aleta caudal denota que se trata de un salmoncito difícil de identificar. Creo que es un smolt de Coho, aunque bien podría  ser de un King. Da igual de la especie que sea: es la primera vez en mi vida que engañé un salmoncito tan volador.

¿Habrá más? El pozón  es tentador tanto en las partes encubiertas por los árboles de las orillas como por su gran longitud, ya que se pierde de vista en una lejana curva río abajo. Decido seguir lanzando: pese a su pequeño tamaño aquella lucha me gustó lo suficiente como para tratar de enganchar alguno  más.

Una tarde de pleno sol, metido en aquel paraíso reluciente, sin viento ni ser humano que estropee la tranquilidad  me empujan a no marcharme del pozón.

En una sombra que los árboles hacen sobre el claro río trato de meter la mosca bajo las ramas. Es complicado el lance para mi escasa maestría. Paso tiempo intentándolo y cuando lo consigo siento contento de estar en ese luminoso río de perlas brillantes. ¿Cómo será su cercana desembocadura en el río de los Mil Colores? Como un hechizo la idea de llegar hasta ese punto me atrae con fuerza mas las dificultades son grandes: aguas profundas y fuertes corrientes, orillas impenetrables por una verdadera selva virgen me obligan a desistir de mala gana. Al final me convenzo como si fuese un niño caprichoso:

-Mira, tranquilo: otro día bajas directamente desde el auto por algún hueco del bosque hasta el mismo Palena y desde sus orillas alcanzas la desembocadura…  

Sumido en esos sueños otro pez similar al anterior toma mi mosca e inicia una idéntica lucha. Pez de la misma talla y del mismo aspecto del porfiado salmoncito que, naturalmente, resultó ser de la misma especie. Pero en esta ocasión lo puedo desanzuelar algo más sencillamente y contemplarlo con cierto detenimiento. No cabe la menor duda: son salmones y lo confirman con su peculiar manera de luchar.

Linka también lo inspecciona concienzudamente y está de acuerdo conmigo: ¡son salmones!

Vuelvo  a lanzar más y más sobre ese punto pero ningún otro quiso tomar mi atractora, pena porque mucho me entusiasmó su defensa. Los treinta centímetros de su cuerpo no son importantes: hago la firme promesa de regresar y tratar de pescar las tablas que siguen aguas abajo, pero subiendo desde la desembocadura: ¡si es que se puede!

El regreso al coche es sencillo menos cruzar a la orilla opuesta. La corriente aumentó, quizá debido al deshielo del caluroso día, así que ayudado por el bastón de quila inicio una travesía suicida. Es entonces cuando añoro mis años jóvenes…

Linka ha cruzado bastante justa pero me espera sentada en la orilla sin quitarme ojo: ¿qué podría hacer para ayudarme si me arrastrase la corriente? Muchos resbalones y traspiés, pero no consiento que me abandonen las fuerzas en ningún momento:

-¡Bravo viejo! Así se hace.-me dice Linka.

Llegados al auto me doy cuenta que he perdido una bota. Me veo obligado a volver para buscarla con la esperanza de que se haya soltado ya en seco y no dentro del río. Es breve el tramo recorrido y cubierto de suave pasto Afortunadamente la encuentro escondida bajo una gran hoja de nalca: quizá quiso liberarse de un viejo tan loco.

Qué día más diferente este de la nueva temporada del 2021. Seguiré pescando con mi vadeador roto, con las botas de tenis resbaladizas, con las moscas oxidadas  y con mi bastón de quila atado al cinturón de vadeo. ¿No es mejor que estar sin esperanzas en una residencia encarcelado? Desde luego que sí: pescaré hasta que un día cualquiera me ahogue en algún  hermoso río de mi amada Patagonia. Amén.