El reto del agua dulce, como bien indispensable a la naturaleza y a nuestra propia vida, es hacer compatible su uso con el mantenimiento de los ecosistemas que soporta.

El río que rinde el espectáculo de la vida, envuelto y salpicado de verde, revoloteado de hermosos o discretos bichejos, sembrado de huevos, surcado por aletas, alas, patas o pelos, removido de cacerías, celos y espantos. El río vivo que necesita su bosque y su soto, cañón y valle sucediéndose desde las cumbres, frío de invierno y calor de verano, y las nieves o lluvias que lo crean, alimentan y transforman. Ese río serpenteando en el paisaje de una vida, el río de paseos, baños, pesca…

Fueron verdaderos ríos, pero ahora en sus partes bajas, medias y altas más bien son canales. Sólo en algunos cursos y tramos, más que nada cabeceras, y con permiso de minicentrales, captación abusiva, vertidos y otros atentados veraniegos… -y con esta sequía…- podemos tener la grandiosa sensación de sumergirnos en una naturaleza salvaje o poco domesticada.

Declina la era dorada del canal y el hormigón según asoma al horizonte el obligado cumplimiento de la Directiva Marco de Aguas de la UE. El mandato es conocer y controlar el estado ecológico de las aguas dulces para su mantenimiento, mejora o restauración. Tenemos hasta 2015 para conseguir una utilización del agua mucho más racional y sostenible con vistas a los objetivos de calidad deseados, pero arrastramos pesados lastres en el tratamiento y gestión del agua dulce. El río pisoteado por máquinas y obras durante los muchos lustros de imperio hidráulico con cargo a los presupuestos generales, paradigma del manejo del recurso, motriz, agrícola y potable, con la explotación total como meta y la concesión administrativa como instrumento. El río brutalmente sometido a compuertas y llaves de paso con el beneplácito de las confederaciones -esas “zonas oscuras” del Ministerio…-

Tenemos casi 1.300, y más grandes embalses innecesarios se están construyendo “gracias” al PHN. Una de cal y otra de arena, buenas palabras y deseos que tropiezan en la cruda realidad. Y es que, además de sostener la vida y la actividad humana, el agua atiende intereses y rinde cuentas. A menudo no es una necesidad vital lo que está en juego. Puede ser cosa de unos pocos kilovatios que aportan una minucia al consumo energético total pero se ingresan a la red por buen dinerito. Por algo sigue el asalto minicentralero a los capilares más finos de la red fluvial, los mejor conservados.

Este año empezaba con una buena noticia para los amigos de los ríos. El Tribunal Supremo ratificaba la sentencia del Superior de Justicia de Madrid dictada en 1999 sobre los recursos interpuestos en 1990 por nuestra organización ante varias concesiones hidroeléctricas a Unión FENOSA en el Alto Tajo. Nuestra Asociación las recurrió a la Confederación Hidrográfica del Tajo (CHT) alegando que son incompatibles con el ecosistema fluvial, ya que fragmentan el hábitat y las poblaciones de peces, y cambian radicalmente el régimen natural de caudales y las condiciones del medio acuático. Estas minicentrales alteran el lecho, las orillas y riberas, los ciclos de actividad de las especies, impiden la migración y reproducción de los peces en sus mejores frezaderos, los apresan y matan en canales y turbinas; y esas sueltas indiscriminadas que han puesto en riesgo incluso la integridad física de los pescadores… Industrias que empobrecen la vida del río tanto en el tramo derivado como aguas abajo de la restitución, dañando los valores y el paisaje del Parque Natural del Alto Tajo. El Supremo ratificó que los mal llamados caudales ecológicos que impuso la CHT, ese genérico 10% del caudal medio interanual (c.m.i.), no puede mantener la vida del río, y tampoco se justifica en criterios técnicos o científicos de ninguna clase. También condenaba las bruscas oscilaciones del caudal al arranque y parada de las máquinas, la carencia de barreras adecuadas que impidan la entrada de peces a las tomas, y la carencia de medidores para controlar el caudal derivado.

Y el pasado mes de mayo la CHT resolvía de un plumazo los tres expedientes: si la concesión de La Rocha fijaba 1060 l/s de caudal “ecológico” ahora ponen 1823; si en Peralejos eran 536 ahora son 1140; y los 225 l/s en la Hoz Seca ahora serán 391. Las tres resoluciones incluyen también una tasa de variación máxima del caudal de 1 m3/s al arranque y parada, y dan seis meses al concesionario para que presente proyectos de barreras homologadas en las tomas. Si los caudales “ecológicos” antes estaban teóricamente sobre el 10 % del c.m.i., ahora supondrían entre el 17 y el 21 %. Se han encarecido, pero es que estaban tirados, y desde luego nada ecológicos cuando siguen ignorando incluso el clima y las estaciones…, y eso cuando se cumplen. Y apostamos cien a uno a que tampoco se apoyan en estudio de ninguna especie. Es decir, una nueva arbitrariedad, con olvido selectivo de obligaciones legales, que ni es solución ni esconde el fondo del problema: estas instalaciones son incompatibles con el río, y sobran en un santuario natural tan valioso. Ahora, si te vale, bien, y si no, a un nuevo contencioso, y el concesionario a su lucro otros diez o doce años más. Ya veremos…

Entretanto, instamos a los organismos de cuenca a que revisen y caduquen las concesiones hidroeléctricas abandonadas o que infringen la ley; pedimos verdaderos regímenes de caudales ambientales en los tramos fluviales regulados por presas grandes o pequeñas -ya veremos luego cómo funcionan-; y que termine la subvención a este kilovatio que se dice “verde” pero que tanto daño hace a tantos ríos.

Que no son canales…

Publicado en el nº 110 de Federpesca, Diciembre de 2005