Alianza Editorial – 2023-05-24

     
 

ESPAÑA NO ES PAÍS PARA RÍOS

 

   
      Es difícil presentar tu propio libro sin caer en resúmenes sosos o alabanzas diplomáticas. Además solo viajo en este ensayo de “liternatura” por cuarenta ¡solo cuarenta! de los treinta y cinco mil ríos, arroyos y gargantas que hay en la península, todos tan distintos, tan diferentes sus cabeceras, tramos medios y bajos gracias a la endiablada orografía española y a nuestra latitud, clima y también a las manipulaciones humanas del territorio durante tantos siglos.
 
      Tengo más de cincuenta años y he visto como en menos de veinte, menos de diez, de un año para otro, muchos de los ríos que conozco han comenzado a degradarse de una forma rapidísima sin que parezca que importe a nadie. Ya conocéis los problemas, pero nunca está de más enumerarlos: la sequía, la contaminación urbana y la falta de depuración de las aguas residuales, la contaminación del agua por actividades agrícolas y ganaderas, la contaminación del agua por actividades industriales y mineras, las especies exóticas invasoras, tanto animales como plantas, la destrucción del bosque de ribera, las extracciones de agua sin control y la sobreexplotación de este recurso, las “obras transversales” en forma de presas, azudes abandonados, los enormes e infranqueables muros de las presas hidroeléctricas, la turistización intrusiva, el incremento de las hectáreas de agricultura de regadío a costa de los acuíferos exhaustos… y ahora los bulos sobre el agua, la causa de sequía y todo lo demás.
 
      Las redes neoliberales están lanzando ahora, con la sequía, siempre “pertinaz”, bulos muy eficaces en el tema del agua, las presas, la agricultura. Las redes progresistas, perdón por el palabro, solo sabemos hablar de bichos, yerbas y apocalipsis, pero al final, parece que los partidos que de verdad mandan en España y en sus aguas son el partido Turístico, el partido Inmobiliario, el partido Agroindustrial y el partido Extractivista. Y para todos ellos los ríos importan nada, solo les importa el agua como recurso económico, un bien público, de todos, que usan para enriquecer a algunos y destruir el río.
 
      Escribo, pero no escribo solo de todo eso. También escribo de cosas que no creeríais ¿Atacar naves en llamas más allá de Orión? ¿Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser?… Junto a un río salvaje todo lo que contemplas son prodigios. La naturaleza se muestra de una forma inaudita que no has visto, que no verás, en ningún documental de la 2 tras el café, en ninguna pantalla. Estás ahí, con toda la atención alerta, centrada en tu sigilo, equilibrio, acecho, escucha, mirada. Ningún pensamiento ajeno te distrae. Eres de nuevo un animal que camina río arriba, que cruza el bosque de ribera, que aguarda sobre una roca alta y ve la maravilla sin buscarla. La mirada hipnótica de un búho, de un gran duque, justo bajo el puente romano del mismo nombre. El bufido de un lince con el que te topaste a dos metros, a las doce de la mañana, que te enseña los dientes y te ruge como el pequeño tigre que es. El zorro al que sorprendes pescando con las artes de un oso, aunque no logra coger ningún pez, pero es seguro que se ha escapado de un cuento de Esopo. El intento de caza de una pareja de azores de una garza real refugiada en un espino que chilla como un niño. Cientos de barbos intentando superar un azud, volando, imitando a sus primos segundos los salmones. El gran barbo amarillo, de oro, que se ve en el río desde muy, muy lejos, que se ha salvado de mil depredadores y ahora lucha con valentía por su lugar de freza. La eclosión repentina de docenas de libélulas una mañana de mayo. La africana oropéndola que canta apenas a cuatro metros de ti y no te ve o sí y no le importa. Una nemóptera bipenis que se te posa en la muñeca y no quieres moverte. Los dos acebuches que han prosperado en un lugar inverosímil, entre dos rocas, y muestran sus discretas florecillas al mundo, ajenos a la domesticación de sus primos unos kilómetros más arriba. El corzo que se para a pocos palmos del río y no se atreve a hundir su morro en el agua porque detrás de ese espejo a visto la cabeza de un enorme siluro. La pradera de flores azules, amarillas, rojas, junto al molino viejo, cuyos tonos van cambiando según las toca el viento y pasan las nubes que llegan desde el oeste. Y sobre todo el río. Su transparencia, los tonos de su grava, el brillo del filo del torrente, las formas de cuenco y ola con las que ha tallado este cuarzo durísimo, los rastros formidables de la enorme crecida solo parecida a la de ochenta años atrás. 
       Pero todos esos momentos no se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia, porque siempre hay otros, ocurren otras cosas distintas, la vida en sus instantes sucesivos jamás es igual y siempre es asombrosa, imprevisible, única. Jamás aburre un río. Además no contemplas pasivo, participas, estás, eres, formas parte del agua y su paisaje. Un habitante más, un paseante inquieto, un humano que no molesta ni rompe, también dichoso. Estar es adictivo y luego se añora. Ese tiempo se graba en la memoria de una forma muy honda. Allí el cuerpo funciona, recuperas el instinto, la fuerza que creías no tener, el equilibro al filo del peligro. Los sentidos están de pronto muy finos, como bien engrasados. Vuelves a pensar con los pies, con el oído y vuelves a ver con el rabillo del ojo o en la penumbra y la sombra, lo que hay bajo el agua, más allá, también dentro de tí. De todo esto también hablo en el libro “España no es país para ríos.”
 
      Muchas veces me dicen que no sea tan pesimista. No lo seré. Los datos de IPCC, que son bastante morosos, indican que ya estamos en tiempo de descuento. Un colega sociólogo, modelo de pesimista ilustrado y con fundamento, Fernando Llorente Arrebola, siempre dice que estamos en el momento del “sálvese quien pueda” y la mayoría, nosotros, que estamos dentro del grupo del 99% de la población, como sigamos tratando a los ríos así no nos salvaremos. Pero mi amigo Santiago Robles, quién más sabe de ríos en España. Limnólogo que ha hecho análisis químicos y biológicos de casi todos los ríos españoles, dice que no me preocupe, que a los ríos, en cuanto los dejas en paz, se recuperan. Me dice: ya verás como dentro de cien, de mil o de tres mil años, cuando ya no estemos los ríos estarán perfectos.
 
      Pero nos toca el presente. Esta en nuestra mano “conservar” sin ser conservacionista y recuperar, sobre todo recuperar, porque es lo más difícil y lo más necesario. Recuperar los tramos medios y bajos de todos nuestros ríos. Y Lo primero, antes de sentir que estas recuperaciones y restauraciones son necesarias, es volver a sentirnos “ribereños”, de eso va el libro, vuestro libro.
 

 

                    Ramón J. Soria Breña