por José Ramon Rodríguez, Argibay
REIVINDICANDO LA PESCA CON MOSCA por José Ramón Rodríguez, Argibay
Hace unos diez o doce años, mis amigos franceses Joël Délas y Damien Cazorla quisieron hacerme una visita en mi tierra, Galicia. Nos habíamos “conocido” en el foro de lanzado en castellano de la página inglesa de Sexyloops, y les apetecía pescar en algunos de nuestros ríos.
Mi amigo Alberto y yo les acompañamos durante una semana, y ambos pudimos comprobar que eran unos finos mosqueros y excelentes personas.
Joël y Damien pusieron mucho empeño en enseñarme a pescar con mosca ahogada de través aguas abajo, que es una pesca con mosca tradicional que tiene muchos siglos de antigüedad y con toda seguridad se practicó en todos los ríos europeos y en las islas británicas, pero, inexplicablemente, hace diez años era muy poco practicada en nuestro país. No se la practicaba con varal enterizo ni con caña de mosca y sedal pesado; en nuestra tierra sólo imperaba la pesca con mosca ahogada con caña de lanzado y buldó, aunque es cierto que unos pocos iniciados la practicaban con sedal pesado. Por aquel tiempo, Rafael del Pozo publicó un pequeño video sobre este arte. En él exhibía unas nociones muy básicas y daba muestras de lo efectiva que podía llegar a ser esta pesca.
Desde hacía no muchos años, la pesca con mosca y sedal pesado había derivado hacia el uso de las “cabezas doradas”, unas bolas de latón o tungsteno que, enhebradas en un anzuelo y con unos pocos pelos a guisa de cuerpo, buscaban a los peces allí donde éstos se encuentran la mayor parte del tiempo: en el fondo del río. A estos señuelos se los llamaba “ninfas de cabeza dorada”, aunque se parecían muy poco a una ninfa o una larva de verdad. Esta técnica de pesca, que sólo se parecía a la pesca con mosca tradicional en que se usaban materiales “de mosca” –líneas en cola de rata, y las mismas cañas y carretes que se usaban en la pesca con mosca ortodoxa-, pronto alcanzó una gran popularidad gracias a su mayor eficacia, ya que sólo se pueden pescar cerca de la superficie, o en ella, los peces que están activos en esa zona, mientras que siempre se hallarán peces en el fondo dispuestos a morder cualquier cosa brillante que les llame la atención.
Pocos años después de aquella “fiebre de la cabeza dorada” llegó la “fiebre del perdigón”, y la línea en cola de rata que contenían los carretes fue sustituida por un monofilamento, naciendo así una pesca “al hilo” que ya no tenía ninguna relación con la pesca con mosca tradicional, y sí mucho que ver con la también tradicional pesca “al tiento” que se practicó a lo largo de la historia usando cebos naturales. También nacieron cañas específicas para la pesca “al hilo”, cada vez más largas y flexibles. Cuanto más se alargaba la longitud de esas cañas, más se acercaba la técnica de su uso a la pesca a cebo. Hoy día, algunos pescadores al hilo ya pescan a “a calzón quitado”, con cañas de 3.90 metros que en poco se diferencian de las de cebo de toda la vida.
Damien y Joël resultaron ser unos excelentes maestros. Renunciaban a pescar para enseñarme los muchos matices que tiene la pesca con mosca ahogada aguas abajo, o de través aguas abajo; una pesca que, por cierto, aborrecía el gran Skues por no considerarla deportiva, ya que con ella no se pescaba a pez visto, se clavaban muchos peces pequeños y la técnica era –decía Skues- demasiado simple. Era más apropiada para los torrentes escoceses que para los ríos calizos del sur de Inglaterra, si bien Skues apreciaba mucho la pesca con mosca ahogada aguas arriba, una técnica bastante más difícil que la aplicable aguas abajo. La diferencia la marca, fundamentalmente, la detección de la picada.
Joël, por ejemplo, se situaba unos quince metros aguas arriba de donde estábamos Damien y yo, y lanzaba su mosca en la corriente. Ésta –la mosca- derivaba hasta llegar a nuestra altura, donde la podíamos ver a una o dos cuartas de profundidad. Entonces, Joël empezaba a animarla mediante la puntera de su caña, o “tricotando” la línea con su mano izquierda, y Damien me preguntaba qué estaba haciendo la mosca. Yo le respondía:
– Ahora está intentando remontar la corriente… Ahora está serpenteando… Ahora está dando tironcitos… Ahora se va río adentro…
En cada una de las maniobras que hacía aquella mosca ahogada, Damien me preguntaba también qué estaba haciendo Joël con su caña, y yo observaba que unas veces daba con ella unos tironcitos bruscos y cortos, y otras la subía y bajaba con un ritmo irregular. También hacía correcciones con la línea, y la corriente llevaba río abajo una onda que se traducía en un movimiento lateral de la mosca. Aquéllos eran sólo unos pocos de los matices que mis maestros podían conseguir en el manejo de una humilde mosca ahogada, y a estos detalles se podían unir múltiples correcciones de línea, lances apilados para conseguir derivas un poco más profundas, y otros muchos detalles que había de aprender con el tiempo y la práctica.
Dándome cuenta de aquel empeño en enseñarme, les pregunté el por qué. Me respondieron que, en aquellos días y debido a la influencia de la pesca de competición y del uso de las “cabezas doradas”, la pesca con mosca ahogada tradicional estaba desapareciendo en Francia y estimaban que era casi desconocida en España, por lo que deseaban introducirla aquí para que no se perdiera este arte. Quizá encontraran en mí unas condiciones pedagógicas adecuadas y un amor por el río y la pesca con mosca suficientes para que aprendiera bien sus enseñanzas y luego las divulgara. Y como aquella “nueva” técnica me sedujo totalmente, puse todo mi empeño en aprenderla y, una vez aprendida, procuré divulgarla siempre que tuve ocasión. Pero, al margen de mis esfuerzos y de mi mayor o menor éxito, soy de la opinión de que mis amigos se equivocaron en su valoración de que la pesca con mosca ahogada desaparecería pronto en Francia. Desde hace pocos años, esta técnica ha resurgido con fuerza y es mencionada con frecuencia en muchas escuelas de pesca francesas, y de vez en cuando veo practicarla en nuestros ríos.
Quizá sea cierto que se capturan más peces pescando al hilo, pero la pesca con mosca con sedal pesado posee suficientes alicientes como para un mosquero no la abandone sólo porque quiere pescar más peces. En la pesca con mosca no es el cuánto, sino el cómo, lo que marca la diferencia. Es una pesca que tiene suficientes recursos como para permitirle al pescador hacer algunas capturas que quizá no sean abundantes, pero son –al menos, en mi opinión- mucho más gratificantes porque para conseguirlas hemos puesto en juego toda nuestra habilidad en el lanzado, en la presentación, en conseguir una buena deriva, en ser muy precisos y, en el caso de alguna picada, en clavar al pez de la forma más eficaz, combinando rapidez con suavidad.
La existencia de algunos pescadores excepcionales que pescan con mosca todo el año y aun en las condiciones más adversas casi siempre consiguen algunas capturas, demuestra que éste es un arte agradecido con el que pone empeño en aprenderlo, además de ser gratificante por sí mismo. Alguien dijo que los mosqueros buscamos siempre un momento perfecto, y es por ello que seguimos pescando con mosca. El mundo de la pesca con mosca está lleno de momentos perfectos, a poco que queramos verlos: un bucle homogéneo en un lance corto o largo, una deriva sin dragado –las moscas ahogadas también pueden dragar, y un buen mosquero sabe cuándo lo están haciendo-, una presentación delicada de una mosca seca, ese pez que atrapa la mosca con un salto… Todos esos instantes se los perderá un pescador al hilo o con cualquier otro arte, y llenarán de gozo al mosquero que ha sabido perseverar en el ejercicio de su pasión, que es la pesca con mosca.
Hace pocos días conocí a un cofrade que, siendo pescador de mar desde su infancia, ha tenido que reconvertirse en pescador fluvial por causas matrimoniales: malagueño casado con una gallega, siguió a su mujer hasta la Galicia interior y aquí va aprendiendo la pesca en el río casi desde cero. Ya ha pescado algunas truchas al lanzado con cucharillas, rapalas y vinilos –señuelos fabricados por él mismo-, pero su sueño es aprender a pescar con mosca, con sedal pesado. Por el momento, con su material de mosca pesca al hilo porque –dice- le resulta más fácil, pero intuye que la pesca con mosca es otro mundo, mucho más gratificante, y está muy metido en la tarea de aprender a montar moscas y a lanzarlas.
En todo este aprendizaje hay algo que le ha llamado la atención, y creo que merece ser reflejado en estas líneas. Dice que, según su experiencia, los pescadores con muerte son menos comunicativos, y poco propensos a compartir sus conocimientos. Sin embargo, los pescadores sin muerte, y muy particularmente los que pescan con mosca, son mucho más “abiertos” y están más dispuestos a enseñarle algunas cosas y a ayudarle en el río.
¿Será que la pesca con mosca le hace a uno más generoso y solidario?