AVENTURAS -Y DESVENTURAS- DE UN PESCADOR DE RIO … EN EL MAR (I)
por José Ramón Rodríguez
Querido cofrade, esta pequeña serie de relatos que vas a tener la amabilidad de leer está escrita en el diario de un pescador. En este diario están reflejadas, a lo largo de varias temporadas de pesca, todas las incidencias buenas, malas y mediopensionistas que me han sucedido en mis salidas al río, y excepcionalmente al mar.
He considerado especialmente llamativas las que tuvieron lugar durante algunas estancias veraniegas en el mar, porque el cambio de ambiente y de peces también fue llamativo y los “sucedidos” que pude vivir fueron muy diferentes de los que tuvieron lugar en el río, donde, para empezar, pesco habitualmente con mosca y sedal pesado desde hace muchos años, pero en el mar no pude hacerlo debido a algunos impedimentos que conocerás a medida que vayas leyendo. Por otra parte, la pesca en el mar me ofrecía muchas más posibilidades que las que nos ofrece el río, y yo quería probarlas todas… o casi todas, haciendo bueno el dicho de que el que mucho abarca… poco aprieta.
Sea como fuere, espero que la lectura de estos pequeños relatos te resulte entretenida, y si puedes sacar de ellos algunas informaciones útiles, tanto mejor; pero no es mi intención la de enseñar, sino la de compartir con los lectores de este blog unos momentos agradables… más o menos.
INTERLUDIO MARINO
15/08/2017
Mi familia y yo llegamos a Santa Cruz de Oleiros a mediodía para pasar una semana cerca del mar. Hacía muchos años que no escuchaba el rumor de las olas con una caña de pescar en la mano.
Santa Cruz es una pequeña villa muy tranquila -menos en los días de nuestra estancia: estaban de fiesta mayor, con el pueblo tomado por los vecinos de las aldeas aledañas y los veraneantes-, situada en la margen derecha de la ría de O Burgo, que es la de A Coruña. Sus vistas de esta ciudad, al otro lado de la ría, son magníficas, y el agua marina es aquí muy límpida.
El programa de mi mujer y mi hija era bañarse en la cercana playa de Bastiagueiro y tomar el sol. El mío era, además, intentar pescar algunos peces: sargos, morralla para sopas, algún mújol, alguna caballa y, a ser posible, alguna lubina. Para tan amplio elenco de peces —y tan pocos días— llevé cañas de mosca de una y dos manos, otra de lanzado ligero, otra de pesca a la inglesa, dos de pesca al coup —una de cuatro metros y otra de siete— y los correspondientes equipos: estrímers que imitan pececillos; rapalas, poppers y paseantes para pescar al lanzado; flotadores para pescar sargos al corcheo y material de competición de minitallas para la morralla. ¿Sería capaz de utilizar todo este material en los seis días de estancia? Tenía mis dudas…
El día 15 por la tarde bajé al pequeño puerto de Santa Cruz en misión de reconocimiento armado, provisto de la caña de lanzado y unos rapalas. La marea estaba en bajamar y se veían, gracias a las gafas polarizadas, mújoles, pequeñas mojarras y unos peces que identifiqué como lubinas pequeñas.
Hacia las 20:00 empecé a pescar con un rapala hundido que le gustó a las rocas del fondo marino y se quedaron con él. Até a continuación una iscabela —que viene a ser una imitación de angula pequeña con dos poteras— y fui lanzando a lo largo de la pequeña playa de Santa Cruz. Empezó a subir la marea y se veía a los mújoles activos. Frente al castillo saqué una pequeña baila, que era lo que resultaron ser las presuntas lubinas pequeñas. La baila es muy parecida a la lubina; sólo se diferencia en que en la parte media y superior del lomo tiene unos puntos de color gris más oscuro que el resto del cuerpo. Abunda en las costas andaluzas, pero en Galicia escasea bastante.
LA PLAYA DONDE NO SE PODÍA PESCAR
16/08/2017
A las 07:30 estaba de nuevo en el puerto de Santa Cruz. La marea estaba subiendo y, a lo lejos, se veían remolinos en la superficie del mar como si fueran cebas de truchas; ¿serían lubinas o caballas cazadoras?
Esta vez até un popper: una imitación de sardina con peso suficiente como para lanzarlo a más de treinta metros y con una acción muy seductora. En uno de los lances desde la bocana del puerto vi un remolino detrás de él: un pez, al parecer pequeño, lo había atacado.
En el siguiente lance, ya muy cerca de la orilla, vi que lo seguía una pequeña caballa. Nunca las había visto vivas en el agua, y aquélla me pareció preciosa. El pez hizo dos amagos de ataque, y al tercero mordió el popper y se clavó. Le hice una foto mientras estaba en el agua, y acabó soltándose.
Caminé por la orilla un par de horas, lanzando y recogiendo sin resultado alguno.
Desayuné a las 09:30 y, después de hacer la compra, nos fuimos toda la familia a la playa de Bastiagueiro. Mientras mi mujer y mi hija se bañaban y se tostaban al sol, me dirigí a las rocas del extremo derecho de la playa y puse a trabajar al popper con lances largos. La mar estaba en calma y el entorno era prometedor, con zonas de fondo de arena mezclada con rocas.
Llevaría diez o quince minutos lanzando cuando vi un remolino donde estaba el popper y un buen pez que se revolvía, pero no se clavó. Insistí en la misma zona, y a los pocos minutos tuve una potente picada con la que se clavó el pez. Era muy fuerte y se mantuvo a distancia un largo rato, hasta que empezó a cansarse y a dejarse traer hacia la orilla. Vi que era una lubina muy hermosa. Como no tenía sacadora, me costó bastante poder echarle la mano —el popper con sus dos poteras era bastante disuasorio—, pero al final lo conseguí.
Cuando levanté la vista hacia la orilla, vi que me observaban mi hija, mi mujer y unos cuantos bañistas más. La escena me recordó una situación parecida que viví en Eslovenia.
Mi mujer, pasmada ante mi rapidez en hacerme con el pescado para la cena, me dijo en voz alta y con evidente exageración:
– ¡Vaya! ¡Allí donde haya un pez, tú vas y lo pescas!
Dejé que mi hija me fotografiara con aquellos 46 centímetros de lubina, la metí en la cesta y volví a la postura.
Llevaría otros diez o quince minutos lanzando cuando se acercó por el mar un vigilante de salvamento remando con las manos y tumbado en una tabla de surf, haciéndome de vez en cuando con un brazo señales negativas. Bien lo entendí: debía de querer decirme que no se podía pescar, pero me hice el sueco y dejé que se acercara para que me lo dijera verbalmente.
En efecto, no se podía pescar.
– Y, ¿por qué? -pregunté con fingida inocencia.
– Porque es una ordenanza municipal -respondió.
– ¿Y qué dice esa ordenanza municipal? -inquirí.
– Dice que de 11:00 a 20:00 tiene preferencia el baño.
– ¿Aquí? ¿Entre las rocas? ¡Pero si aquí no hay nadie bañándose…!
– Bueno, es que tiene usted anzuelos y puede pinchar a alguien -explicó con paciencia el socorrista.
– Lo único que quiero pinchar es a un pez. Le aseguro que aquí no molesto a nadie, porque no hay nadie.
– Es que es una ordenanza municipal y, si no me hace caso, tendré que llamar a los municipales y lo multarán.
Lo que él no sabía es que no solo me iban a multar por infringir las ordenanzas; también por no tener licencia de pesca marítima, que aún no había podido obtener…debido a las prisas por pescar.
Así que lo mejor era ceder. Muy amablemente, le agradecí la información y plegué la caña
Mientras los míos seguían asándose de frente y de perfil, cogí el coche, volví a casa y puse mi captura al fresco.
Antes de volver a recoger a mis apasionadas solistas, busqué el acceso a la playa pequeña de Bastiagueiro y conseguí encontrarlo gracias a las indicaciones de una amable lugareña.
La playa, de grava relativamente fina pero molesta para unos pies urbanitas desnudos, estaba casi desierta mientras un hormiguero humano se bañaba en la playa grande, aquélla de arena fina. La diferencia poblacional estaba en que la playa de la gravera era nudista: media docena de machos ibéricos —ninguna hembra ibérica— tomaban el sol luciendo un moreno integral. Como siempre en Galicia, en nuestra muy democrática sociedad les dejamos a los nudistas las peores playas; y ellos, gente sufrida y paciente donde la haya, casi agradecen esa soledad que da lo que nadie quiere, y de paso ayudan a los mirones a ganar el cielo, pues, como todo el mundo sabe menos los mirones mismos, el escándalo está en la mente del que mira y no en el cuerpo del mirado.
Otra palpable diferencia entre las dos playas, era que en la nudista apenas había arena en la zona cubierta por las mareas. Era todo roca viva y el baño allí no era fácil ni cómodo, por la que la playa, a efectos prácticos, sólo servía para tomar el sol; pero precisamente aquella incomodidad mantenía a sus moradores lejos de las miradas indiscretas.
Las aguas de esta pequeña playa son muy transparentes, y las zonas rocosas están llenas de cuevas y recovecos. Pocos lances pude hacer allí, pues ya iba corto de tiempo; pero los que hice fueron hechos con la mayor tranquilidad: ni vigilantes —que no había— ni bañistas vinieron a darme la turra con lo de las ordenanzas municipales, que no sé si serían las mismas para los guetos nudistas. Intuí que aquélla sería una buena zona para tentar a las lubinas y corchear a los sargos, pero no pude hacer más comprobaciones porque tuve que irme a cumplir con mis obligaciones de responsable padre de familia…
(continuará)