REPOBLACIONES: PAN PARA HOY, HAMBRE PARA MAÑANA
En favor de la trucha salvaje
por José Alfredo Fernández Ramos
«Los pescadores conservacionistas han aprendido que se debe defender y restaurar los ríos si se quieren conservar y proteger los peces. Uno no puede dedicarse a echar más peces; y uno no puede (…) mezclar las truchas de un una cuenca con las de otra. Los pescadores en general, y los pescadores con mosca en particular, han cambiado el foco de atención desde una perspectiva centrada en las especies a una perspectiva centrada en el agua; han aprendido que los peces autóctonos necesitan ecosistemas restaurados para prosperar. Cada vez más, insisten en que los peces autóctonos necesitan la restauración de los ecosistemas, no sólo por mor de la pesca, sino por el valor en si mismo del pez y el derecho a existir en sus ríos nativos».»Backcasts: A Global History of Fly Fishing and Conservation (English Edition)» de Samuel Snyder, Bryon Borgelt, Elizabeth Tobey, Jen Corrinne Brown-
Recibimos con profunda preocupación al anuncio de la Dirección General de Patrimonio Natural y Política Forestal, de la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de Castilla y León del Plan de repoblaciones de trucha común para los años 2022, 2023 y 2024, que tienen por objetivo de reforzar las poblaciones de esta especie en aquellos ríos en los que se ha detectado la falta de incorporación de nuevas cohortes a las poblaciones existentes (La Nueva Crónica de León, Rodrigo Prado Núñez 06/05/2022).
Ciertamente, la Direccion General de Patrimono natural aún no ha dado a conocer el mencionado plan, que en ningún caso ha sido sometido a consulta y discusón pública. Y tampoco se conocen los datos de los censos de truchas que avalarían y justificarían objetivamente dicho plan. De entrada, la publicación del plan y de los datos de los censos y muestreos de las poblaciones de truchas es una obligación que la Administración no puede soslayar, y que exigimos de entrada ciudadanos y pescadores.
En un contexto de franca recuperación de las poblaciones trucheras en algunas aguas de la Comunidad, fruto de un modelo de gestión ambiental sostenible que excluía las repoblaciones, en algunos aspectos encomiable y referente mundial, no es fácil entender cómo la propia Junta Castilla y León se desdice de su política de éxitos y se aventura por los caminos inciertos y procelosos de las repoblaciones, poniendo en peligro la supervivencia y viabilidad de las poblaciones de truchas autóctonas existentes.
Para las truchas salvajes autóctonas, los peligros de las repoblaciones son evidentes. Como muestran los estudios científicos los peces echados al río desplazan a las truchas nativas o achican su hábitat, amenazando su propagación y supervivencia. El riesgo de introgresión genética es permanente al hibridarse con las poblaciones residentes, produciendo una merma irreversible de la variabilidad genética. Esto debilita la resistencia de las poblaciones ante las enfermedades.
Esta es la consecuencia de las repoblaciones: a medio y largo plazo, queriendo tener más truchas se tienen menos: pan para hoy y hambre para mañana.
Las experiencias en los ríos y aguas del mundo han puesto de manifiesto que el único camino para aumentar, mantener y conservar la trucha salvaje para la práctica recreativa de la pesca es mejorar los hábitats naturales de los ríos y realizar una gestión sostenible.
A la recuperación de los ríos deberían ir, pues, dirigidos todos los esfuerzos y gastos de la Administración, evitando emplear dinero público en acciones cortoplacistas que suponen las repoblaciones previstas en el plan de la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de Castilla y León.
Repoblar supone un riesgo que no es razonable asumir. Sin embargo, las medidas tendentes a regenerar la calidad el aguas y la vida de los ecosistemas acuáticos, así como a «renaturalizar» las áreas degradadas, redundarían en una mejora duradera de las poblaciones salvajes y autóctonas de peces.
Hablamos de eliminar residuos y vertidos procedentes de minas e instalaciones mineras abandonadas: vertidos procedentes de las viejas escombreras y lavaderos, así como de las galerías y los cielos abiertos no reparados. Hablamos de las balsas de decantación que se desbordan en época de lluvias aportando polvos y lodos en suspensión que se depositan, cubren y (acol)-matan el fondo de los ríos, destruyendo la alimentación de macroinvertebrados , sustento de la vida de las truchas. Habría que añadir la sustracción de agua abusiva de unos ríos para desviarlo a embalses u otros canales, por no hablar de su fragmentación, esto es, la falta de conectividad entre los tramos que impiden el libre desarrollo de las migraciones de peces y los ciclos de reproducción. A ello hay que añadir la creación de escolleras innecesarias, eliminación de áreas de expansión del lecho del río que luego causan inundaciones, etc.
Hay que ver el daño que hace ver un río turbio, emponzoñado por el lodo, o un canal tieso y desecado, allí donde siempre corrió una cantidad de agua suficiente para bañarse en verano.
Imagínense los lectores que su jardín amanece una mañana cubierto de lodo gris de la pizarra, o que de su grifo apenas saliera un hilo de agua. Imagínese que se le mueren las plantas y los árboles o que se les seca su huerto convirtiéndose en un erial polvoriento y maloliente. Escarben en su huerta, en su finca, en sus campos de labranza y díganos que sentiría si no se apreciara ningún signo de vida y la tierra fuera pasto de raíces y tocones calcinados. Trasládenlo al agua.
Los episodios de contaminación de un río y las mortandades de peces pueden equipararse a los de un incendio en nuestros montes, sólo que en el primer caso no acude ningún «bombero» ni se organiza «hacendera» alguna para apagar el «fuego». Lo que no se ve y se huele es como si no existiera.
Se destruye el hábitat de un águila real o de un oso y se arma -por suerte- un escándalo mediático. Desaparecen las truchas de un río, y no pasa nada.
Se ha impedido el acceso al río y el disfrute al baño de los ribereños. En vez de mejorar los cauces y los aportes de agua, se ha prohibido a la gente bañarse, limitando los espacios y con ellos el libertad de los ciudadanos a acceder a los recursos naturales. A nadie desde la Administración parece habérsele ocurrido que lo que hay que habría que hacer es «descontaminar» el agua y limpiar y conservar el cauce. Es como si se nos prohibieran beber agua porque viene contaminada, en vez de buscar la causa du su degradación y combatirla.
También se hacen represas, embalsamientos y canalizaciones innecesarios de regueros, arroyos y ríos al paso por algunos pueblos y ciudades. En muchos casos, allí donde antes había «playas» de arena y piedras para mojarse los tobillos y zambullirse en el agua, ahora hay estanques represados, donde no se hace pie. Y, por otro lado, claro, qué comida, ¿qué comida, qué «moscas de mayo» y qué «moscas de la piedra» podría comer en esos tramos de agua estancada y putrefacta la trucha repoblada? ¿ Y cómo respiraría con el poco oxígeno que contienen? Es difícil pensar que una trucha pueda alimentarse exclusivamente de «quironómidos», de mosquitos.
Y ustedes, señores responsables de medio ambiente en Castilla y León, ¿pretenden de verdad repoblar estos tramos de río? ¿Se han puesto a pensar qué van a comer y cómo van a respirar los peces en esos tramos, donde precisamente por sus insuficiencias ya había desaparecido la trucha ? Ya nos imaginamos al agente forestal echando pienso a las truchas todos los días, como se hace en las piscifactorías, y a los pescadores imitando la» mosca del pellet«. Y nos podemos imaginar que pronto crearán la figura del agente medioambiental insuflador de oxígeno y refrigerador de aguas -con una «app» de apoyo. O nos podemos imaginar a los compasivos paseantes amigos de los animales arrojar a los peces bajo los puentes pan, palomitas y pipas -y algún que otro chicle- para su alimentación y bienestar. Y de nuevo, nos imaginamos a los pescadores conspicuos imitando la mosca de la miga de pan -una versión de la carpera «Tahona fly» para las truchas repobladas-, la de la palomita, la de la cáscara de pipa Facundo y la del chicle «Bazooka» en su sabor fresa -la que más pescaría sin duda alguna, pues tiene tonos rosados).
Porque amamos nuestra tierra y nuestra agua, inviertan el dinero de las repoblaciones dudosas en recuperar la vida de nuestros ríos … déjense de pamplinas.