Francisco Narla nos presenta su libro “De hombres y ríos”
Estoy embrujado por las aguas.
Eso escribió Norman Mclean en su magnífica novela, y eso mismo he repetido yo en infinidad de ocasiones. Es la verdad, estoy embrujado por las aguas. Mi tío abuelo fue molinero, me críe junto a un río en el corazón montuoso de la Galicia rural y, cuando el cariño de los lectores me permitió pagar las facturas, me escapé de la bulliciosa Madrid para regresar a las orillas cuajadas de carvallos, las laderas cubiertas de tojos y los montes heridos con pizarra negra.
En todos y cada uno de los peldaños de mi vida he sido víctima de ese embrujo. En todas mis novelas se habla de ríos y mares, en todas hay alguna escena de pesca.
Estoy embrujado por las aguas.
Y me siento agradecido por ello. Más aún, en deuda.
Sin embargo, nunca hasta ahora había encontrado el modo de expresar ese agradecimiento. De pagar esa deuda. Y surgió ocasión cuando una generación excepcional hizo algo irrepetible.
En un puñado de años (tras antecedentes más que reseñables), la selección española de pesca a mosca de salmónidos ha logrado tres oros y tres bronces en los mundiales FIPS-Mouche, así como un racimo adicional de medallas individuales. No sólo eso, comercios y tiendas del ramo ha despuntado entre los distribuidores internacionales y en un rincón del norte nacional una pequeña fábrica que empezó alentada por sueños distribuye cañas por todo el mundo.
Desde unos sólidos cimientos que asentaron pioneros, nuestro país se ha convertido en auténtica referencia mundial en la pesca a mosca y, además, gracias a la acción de algunas entidades gubernamentales con cierto sentido común y al esfuerzo encomiable de organizaciones como mi querida AEMS-Ríos con vida, los cauces de este país, pese a los reveses, se recuperan y albergan esperanzas, tantas como para que haya lugares que se han convertido (por derecho propio) en destino turístico de pesca.
En suma, había, hay motivos más que suficientes para presumir, de pescadores, técnicas, comercio, industria y escenarios. Sin embargo, por desgracia, como sucede en tantas otras disciplinas, nos cuesta creerlo. Y nos parece siempre que la hierba es más verde en el jardín del vecino. De hecho, cuando a alguien se le llenaba la boca de halagos, pronto surgía quien deseaba llevarle la contraria. Pero ésa es un vieja y conocida historia, es más fácil destruir que construir, más sencillo criticar que aportar. Aun así, la verdad es testaruda y los nuestros volvían cada año con una medalla más al cuello, con el respeto y la admiración de sus rivales, con el cariño del público en sus maletas gastadas.
Y yo veía asombrado como los logros se apilaban, uno tras otro. Más y más medallas, más y más reconocimientos. Y toda esa admiración quedaba plasmada en las reacciones y publicaciones de otros competidores internacionales (como el recomendable Tactical Fisher de Devin Olsen). Ante mis ojos aparecían halagos desmedidos a la selección nacional, pero pocos quedaban firmados en suelo patrio.
Comprendí que, como escritor, tenía una obligación ineludible. Debía apartarme de mis novelas por unos meses, me sentí obligado a convertirme en el cronista de un tiempo y momento impensable.
Más de quince mil quilómetros, más de cien horas de entrevistas y más de diez mil fotografías después, había logrado pasar catorce inolvidables jornadas de pesca con los campeones, con los miembros de ese imparable combinado nacional.
Así nació De hombres y ríos, como un sincero homenaje a una selección y a los ríos de todo un país.
Catorce jornadas. En lago, en revoltosos ríos de montaña, en plácidos ríos de llanura, a mosca seca, a ninfa, con aparatosos streamers. Cada capítulo: un escenario, una técnica, unas moscas, unos trucos, unas vivencias y un retrato, el retrato de un pescador y de un hombre.
Quinientas páginas para plasmar un legado irrepetible que abarca lo que ningún otro libro había abarcado antes. Y lo han escrito ellos, nuestros campeones, yo sólo estoy embrujado por las aguas…